Botella al mar para el dios de las palabras
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber como se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aun no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: ``Parece un faro''. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejo escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
[ Declaraciones de García Márquez para La Jornada, México, 8 de abril de 1997]
Entrevista concedida por García Márquez a Joaquín Estefanía
Joaquín Estefanía
El escritor Gabriel García Márquez considera «natural» la reacción de los gramáticos, lingüistas y académicos a su discurso de Zacatecas ( Botella al mar para el dios de las palabras , EL PAÍS del pasado martes 8 de abril): «Sería absurdo que los que guardan la virginidad de la lengua estuvieran contra sí mismos. Pero la mayoría parece haber hablado sin conocer el texto completo de mi discurso, sino sólo fragmentos más o menos desfigurados en despachos de agencias. En todo caso es increíble que a la hora de la verdad hasta los más liberales sean tan conservadores».
Estos días hemos oído en muchas ocasiones que el escritor colombiano había pedido suprimir la gramática. Su discurso no lo dice.
«Dije que la gramática debería simplificarse, y este verbo, según el Diccionario de la Academia, significa 'hacer más sencilla, más fácil o menos complicada una cosa'. Pasando por alto el hecho de que esa definición dice tres veces lo mismo, es muy distinto lo que dije que lo que dicen que dije. También dije que humanicemos las leyes de la gramática. Y humanizar, según el mismo diccionario, tiene dos acepciones. La primera: 'hacer a alguien o algo humano, familiar o afable'. La segunda, en pronominal: 'Ablandarse, desenojarse, hacerse benigno'. «¿Dónde está el pecado?», se pregunta.
El siguiente punto de contestación a las palabras de García Márquez es el ortográfico. Parte del supuesto de que si a él le hiciesen un examen de gramática, le reprobarían «en toda línea».
«Además, mi ortografía me la corrigen los correctores de pruebas. Si fuera un hombre de mala fe diría que ésta es una demostración más de que la gramática no sirve para nada. Sin embargo la justicia es otra: si cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir».
En toda la conversación, el Nobel de Literatura reivindica su papel de escritor y como tal, piensa «más en el sufrimiento de la gente que en la pureza del lenguaje».
«Por eso dije y repito que debería jubilarse la ortografía. Me refiero, por supuesto, a la ortografía vigente, como una consecuencia inmediata de la humanización general de la gramática. No dije que se elimine la letra hache, sino las haches rupestres. Es decir, las que nos vienen de la edad de piedra. No muchas otras, que todavía tienen algún sentido, o alguna función importante, como en la conformación del sonido che, que por fortuna desapareció como letra independiente».
Quizá el mayor escándalo se ha formado con sus propuestas respecto a las bes y las uves, y con los acentos.
Sobre las primeras, dice: «No faltan los cursis de salón o de radio y televisión que pronuncian la be y la ve como labiales o labidentales, al igual que en las otras letras romances. Pero nunca dije que se eliminara una de las dos, sino que señalé el caso con la esperanza de que se busque algún remedio para otro de los más grandes tormentos de la escuela. Tampoco dije que se eliminara la ge o la jota. Juan Ramón Jiménez reemplazó la ge por la jota, cuando sonaba como tal, y no sirvió de nada. Lo que sugerí es más difícil de hacer pero más necesario: que se firme un tratado de límites entre las dos para que se sepa dónde va cada una».
En cuanto los acentos, irónico, explica.
«Creo que lo más conservador que he dicho en mi vida fue lo que dije sobre ellos: pongamos más uso de razón en los acentos escritos . Como están hoy, con perdón de los señores puristas, no tienen ninguna lógica. Y lo único que se está logrando con estas leyes marciales es que los estudiantes odien el idioma».
García Márquez opina que los gramáticos y los escritores son oficios distintos. Su diferente dialéctica es la que ha generado el debate.
«La raíz de esta falsa polémica es que somos los escritores, y no los gramáticos y lingüistas, quienes tenemos el oficio feliz de enfrentarnos y embarrarnos con el lenguaje todos los días de nuestras vidas. Somos los que sufrimos con sus camisas de fuerza y cinturones de castidad. A veces nos asfixiamos, y nos salimos por la tangente con algo que parece arbitrario, o apelamos a la sabiduría callejera».
«Por ejemplo: he dicho en mi discurso que la palabra condoliente no existe. Existen el verbo condoler y el sustantivo doliente , que es el que recibe las condolencias . Pero los que las dan no tienen nombre. Yo lo resolví para mí en El General en su laberinto con una palabra sin inventar: condolientes . Se me ha reprochado también que en tres libros he usado la palabra átimo, que es italiana derivada del latín, pero que no pasó al castellano. Además, en mis últimos seis libros no he usado un sólo adverbio de modo terminado en mente, porque me parecen feos, largos y fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales».
El escritor, que está de excelente humor, concluye la conversación de un modo muy expresivo.
«El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia. Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos pero los del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio».
Y reitera sus palabras de Zacatecas: «Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros».
Fuente : http://www.mundolatino.org/
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La vuelta al humanismo (Aproximación al pensamiento de Borges )
2 de Enero de 2009 ≈ 7:32
Por Graciela Maturo
Releer a Jorge Luis Borges es siempre un placer, poniendo de lado sus posiciones políticas, sus obstinados rechazos, y en fin la imagen estereotipada que de él nos devuelve el mundo periodístico y publicitario.
Descendiente de militares, añoró y admiró el mundo del coraje, las espadas, el sacrificio. Sintió un profundo amor por la patria, acompañado de una incomprensión obstinada por los cambios sociales del presente. Alicia Jurado, no sospechable de populista, dice de él:
“En un país católico, confiesa su agnosticismo; frente a un pueblo apasionado por el fútbol, se burla de ese deporte…, en un ambiente propenso al nacionalismo, se ríe de esa doctrina; no hay ídolo que no se complazca en destruir ni lugar común que no sea objeto de su sátira” (Jurado,1982).
Y sin embargo, una lectura atenta y leal a toda su obra permite revertir constantemente algunas de esas afirmaciones, por otra parte legítimas y motivadas. Hay en Borges una fe, una cierta tenaz y combatida esperanza. Por mi parte valoro en él ante todo al poeta, que permanece un tanto oculto tras el brillo de su inventiva ficcional y su vuelo como ensayista.
A partir de la captación intuitiva del mundo y del yo que lo contempla, Borges alcanza certidumbres que entran en pugna con su escepticismo crítico, e inducen su progresiva transformación hacia el humanismo que teóricamente impugna. Los últimos tiempos de Borges muestran una conciencia transformada, tocada por un impulso revisionista del propio pasado, próxima a la valoración del sentimiento y el recuerdo.
Yo cometí el peor de los pecados
no ser feliz…
Tal evolución, lejos de invalidar el recorrido de Borges, permite apreciar su calidad de escritor genuino transformado por su propio instrumento, la palabra. No todo es duda, ironía y criticismo en nuestro escritor. Filósofos europeos como Foucault, Derrida, Vattimo, que contribuyeron al relanzamiento y difusión mundial de su nombre, captaron de él sólo algunos aspectos que coinciden con la atmósfera finisecular europea, proyectando una imagen posmodernista, light, descomprometida. No han sido capaces de apreciar en el pensamiento de Borges gérmenes constructivos coincidentes con una tradición hispánica y americana que por momentos desdeñó, y que se afirma en la identidad humanista.
El ensayo, modo libre y creador de conformar el pensamiento, debía ser necesariamente un cauce expresivo predilecto de Borges. Diverso de las tesis y las monografías que a veces usurpan su nombre, el ensayo acoge a menudo una tesis y su contraria.
Esta característica dialógica y dubitativa pero en el fondo fiel a una búsqueda de conocimiento es típica de Jorge Luis Borges; a veces desarrolla una determinada teoría confesando no creer en ella, otras contrapone y estudia mayéuticamente posiciones distintas. El género mantiene en él su carácter de imprevisible partitura, habitada por un yo sentiente y opinante que se esconde y se muestra entre las líneas de la página. El ensayo es en Borges casi contemporáneo de sus versos, y por lo tanto un género inicial. A Fervor de Buenos Aires, publicado en 1923 le sigue un tomo de ensayos: Inquisiciones, 1925. En este mismo año se publica Luna de Enfrente y al siguiente El Tamaño de mi esperanza. Estos volúmenes de ensayos, como se sabe, fueron excluidos de futuras ediciones del género. En 1930 publica Borges su Evaristo Carriego; en 1932 Discusión; en 1936 Historia de la eternidad; en el ‘47 Nueva refutación del tiempo. Aspectos de la literatura gauchesca vio la luz en el ‘50. Otras inquisiciones en 1952. Les seguirán Elogio de la sombra, 1969, El otro, el mismo, de igual fecha, entre otros títulos.
El propio Borges negaba ser un filósofo, un pensador sistemático. Sus ensayos acogen lo ficcional, lo conjetural, lo autobiográfico, al mismo tiempo que ciertas demostraciones teóricas siempre tratadas con ironía. Platón, Avicena, Berkeley, Hume, Schopenhauer, Nietzsche, le prestaron sutiles razonamientos. El tiempo y la eternidad, el infinito, Dios, la realidad o irrealidad del mundo, la muerte, la identidad, son temas reiterados en la obra borgeana, que plantea en forma recurrente algunos tópicos: el tiempo ha transcurrido ya y sólo lo recordamos; la historia es la escritura de un Dios: todos los seres son uno solo; existen vidas paralelas en la vigilia y el sueño; el destino personal es ineludible, está preestablecido.
Tanto el mundo de sus cuentos como el de sus ensayos, a veces colindantes o entremezclados, abundan en referencias a la palabra, la literatura, los nombres, los arquetipos. Atraviesan sus obras imágenes pregnantes: espejos, laberintos, bibliotecas. El tigre, imagen de una belleza salvaje y ajena a la distinción entre el bien y el mal, es una obsesión de Borges. También la noche, símbolo de lo arcano e impenetrable. Borges estuvo preocupado por el tema del tiempo, que no es sólo una abstracción filosófica, sino una dimensión relativa a nuestra propia finitud. Las aporías de la razón se ponen de manifiesto en torno a este problema, pues el tiempo es irracional. Su oscura entidad, dramáticamente perceptible en la desaparición de los seres amados, en la pérdida de los objetos, en la destrucción de la materia y la corporalidad, no es abarcable por el pensamiento que piensa el ser, la sustancia, la inmutabilidad. Borges acomete una y otra vez la refutación del tiempo, en un combate donde su propia posición queda siempre escindida. Aquello que su razón y su voluntad conjuran es aceptado dolorosamente por su intuición poética. En Nueva refutación del tiempo afirma: “He divisado o presentido una refutación del tiempo de la que yo mismo descreo”… Las ideas de este ensayo son las que impregnan toda su obra. Se propone invalidar la sucesión mostrando la duplicación de impresiones en la mente. Es posible que ello produzca un tiempo circular, pero éste es también reductible a un solo punto, tanto como la sucesión lineal.
Otra forma de refutar el tiempo es el presente, como lo enseña la fenomenología.
Evidentemente, Borges asimiló en sus años juveniles la atmósfera vanguardista, deudora de Husserl y de Einstein. El tiempo, se planteaba, podía ser divisible o indivisible, pero en ambos casos se invalida a sí mismo. Otra pregunta de Borges se refiere al carácter mental del tiempo, y al misterio de que pueda ser compartido por muchos. Sólo podría explicarse esto por una fuerza exterior que Borges rechaza. Otra forma posible sería que el tiempo esté en un solo punto.
Thorpe Running recuerda una experiencia personal declarada por Borges. Con diferencia de treinta años tuvo una impresión idéntica: se sintió muerto y percibiendo la eternidad. ¿Se trata de dos experiencias idénticas o, como postula, es la misma? Otro ensayo similar es “El tiempo circular”, recorrido por 3 teorías: la primera es la del año de Platón, que dice que las entidades celestiales y todo lo que se encuentra en ellas vuelve cada año a su estado anterior. La segunda es la de Nietzsche, Le Bon y Blanqui, la de la prueba algebraica de que el mundo está compuesto por un número finito de partículas en un tiempo infinito. La tercera es la de ciclos parecidos, y para Borges la única imaginable. La única realidad sería la del presente, sostenida por Marco Aurelio. Las experiencias serían análogas, no idénticas. (Thorpe Running, 1969)
Pero sus especulaciones y juegos intelectuales no borran en Borges la marca de su pertenencia a la patria, su sentimiento juvenil de adhesión al barrio, su admiración por un poeta popular como Evaristo Carriego, su amor por su propia estirpe, su pasión por la historia nacional.
Acaso el momento culminante de fervor nacional lo expresa su libro El tamaño de mi esperanza, publicado en 1926 y luego omitido en ediciones de sus obras. El irigoyenismo llevaba a la práctica una aplicación del sentir de un grupo de intelectuales congregados en torno de algunas revistas. La más célebre, no en vano llevó el nombre de nuestro poema más polémico y revulsivo en el siglo pasado: Martín Fierro. El meridiano intelectual de la hispanidad, sostuvieron los martinfierristas, pasaba por Buenos Aires. Defendían de nuevo, como los románticos, la legitimidad de un idioma propio. Se entusiasmaban con la búsqueda de figuras y arquetipos argentinos. Apostaban a la esperanza.
“A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza”.
Un libro a mi juicio muy importante en la trayectoria de Borges es el que dedica a Evaristo Carriego, publicado en 1930. Esta obra permite asegurar el interés de Borges en lo nacional, y en la cultura popular que a veces tanto negó. El autor de Ficciones descubre en este poeta barrial la presencia de temas y planteos que él mismo fue profundizando. La página inicial del libro declara:
“Pienso que el nombre de Evaristo Carriego pertenecerá a la ecclesia visibilis de nuestras letras, cuyas instituciones piadosas -cursos de declamación, antologías, historias de la literatura nacional- contarán definitivamente con él. Pienso también que pertenecerá a la más verdadera y reservada ecclesia invisibilis, a la dispersa comunidad de los justos, y que esa mejor inclusión no se deberá a la fracción de llanto de su palabra. He procurado razonar esos pareceres”.
El cuento de Carriego “El truco” se cuenta en la génesis de un poema de Borges del mismo nombre, incluido en Fervor de Buenos Aires. El juego aparece en ambos como repetición, circularidad, presente que desafía el devenir. Son todas formas de anular el fluir del tiempo, al menos teóricamente, tal como lo propone “El milagro secreto”. Admitir el tiempo es reconocerse el hombre como criatura finita. La refutación del tiempo no anula en Borges esa dimensión, sólo le contrapone posibilidades teóricas que adquieren en el autor el carácter de una teología posible.
Cabe pensar que la historia, con su dramática frustración del proyecto inmediato, cortó en los años 30 el ímpetu esperanzado de muchos de los hombres de la generación de Borges, y también de otros mayores. Pero no sería justo entender que esta soterrada convicción o apuesta al sentido desaparece totalmente del pensamiento borgeano.
Desde luego es en la poesía, como en la narrativa, donde nos es posible reconocer asimismo la filosofía de Jorge Luis Borges. En su manifiesto juvenil ultraista, Borges proponía la abolición de palabras como misterio, azul, infinito, que tipifican la vocación trascendente del poeta romántico. Pretendía una poesía intelectual, rigurosa, construida sobre la abolición del sujeto, el confesionalismo, la afectividad. Pero el examen de su trayectoria poética muestra que aquel fue sólo un momento extremo y una apuesta teórica no cumplida.
Borges retorna a la poesía con El hacedor. En su expresión aparece un dialogismo básico: el poeta que apunta más y más a la condensación afectiva de la imagen, y el “otro”, el crítico implacable, que vuelca la afectividad hacia un plano irónico, a partir de una toma de distancia.
Para Jaime Rest, Borges sería un nominalista negador del sentido del universo, defensor de la pura eficacia de los signos. Para Juan Nuño en cambio su filosofía se enmarca en un platonismo que lo conecta con la tradición metafísica. En esta misma dirección apunta Serge Champeau, a quien vimos recientemente comentado por el profesor Guillermo L. Porrini.
Champeau descubre en la obra de Jorge Luis Borges ciertas líneas de sentido que lo acercarían a la fenomenología de Heidegger y Merleau Ponty, sin que esta relación debilite su entronque con el neoplatonismo y con Schopenhauer, conocido a través de Macedonio Fernández. En Borges, dice Champeau, hay un deseo metafísico de ver y encontrar el ser. Neoplatónicos son ensayos como El Ruiseñor de Keats, o El Congreso, donde la imagen, la representación, es escala hacia el ser y no mera copia. Es este un punto clave de discusión en la obra del escritor.
Para Champeau el más alto nivel filosófico de Borges se alcanzaría en una fenomenología trascendental. Su obra sería la descripción del modo que tiene la conciencia de donarse a sí misma en el acto imaginario. No sería una identificación con la estética romántica, de fundamento metafísico, sino una valorización filosófica del acto poético y la instauración de una ética-estética, a la manera de Schopenhauer. Esa ética- estética se va configurando dentro de un ritmo contradictorio, que afirma la finitud y la inmortalidad, la multiplicidad y la unidad. (V. Porrini, comunicación citada)
Podría decirse que en su conjunto, la obra de Borges va perfilando un pensamiento humanista, ajeno al escepticismo total. Su admiración juvenil por Carriego no sería sólo un momento pasajero de su historia, sino una pulsión permanente que lo liga cada vez más a una visión humanista y aún religiosa del mundo y de la vida. Una profundización fenomenológica en la obra total de Borges puede descubrir en ella una creciente emergencia del ethos, una valoración del arte como escala del ser, y una defensa del poetizar como vía del conocimiento.
Bibliografía
Alvarez, Carlos Cabrera: “El tiempo metafísico: Jorge Luis Borges”, en Tiempo y literatura, Ediciones del Instituto Amigos del Libro Argentino, Buenos Aires, 1971.
Borges, Jorge Luis: Obras completas. Editorial Emecé, Buenos Aires.
Champeau, Serge: Borges et la métaphysique, Paris, Vrin, 1990.
Jurado, Alicia: Prólogo a Páginas escogidas de Jorge Luis Borges. Celtia, Barcelona, 1982.
Nuño, Juan: La filosofía de Borges, México, 1986.
Porrini, Guillermo L.: “Una interpretación de Jorge Luis Borges”. Comunicación a las VII Jornadas de Fenomenología y Hermenéutica, Buenos Aires, 1996.
Rest, Jaime: El laberinto del universo, Buenos Aires, 1976.
Running, Thorpe: “Borges y el problema del tiempo”. En Abside XXXII, 2, 1969.
Fuente : http://www.agendadereflexion.com.ar/
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Sábados con citas 11 Hoy Macedonio Fernández
Teosubversión de Monjaguerrillera
Citas tomadas del libro:
"Papeles de Reciénvenido" de Macedonio Fernández
A veces se pierde la vida en un incidente, siendo la vida útil y los incidentes inútiles. Mejor es seguir practicando la longevidad, como lo hago yo desde la niñez, porque si bien la muerte mejora la reputación de las personas...Supongamos que yo (adoptemos la hipótesis en primera persona) he perdido o no un bastón. Si usted por ejemplo (adopte usted la hipótesis; es justo que usted también sea obsequiado con supuestos) presumimos que es mezclado con el pavimento por un automóvil... Noto que usted es moroso en calzarse la hipótesis que le he brindado. Mientras espero que se la pruebe, lector, para ganar tiempo me ocuparé de otra cosa…Hace cinco años conocía a la mamá de un amigo rosarino y vine a saber que... No lea tan rápido, mi lector, que no alcanzo con mi escritura adonde está usted leyendo. Va a suceder si seguimos así que nos van a multar la velocidad. Por ahora no escribo nada; acostúmbrese. Cuando recomience se notará. He aquí un prólogo cuya continuación depende del lector; se lo abandono.Por diminuto que sea un trabajo debe empezar. Pero los Directores no lo entienden así; no pueden ver que un artículo empiece. Es un alarmismo tal que sólo se tranquilizan de que no será largo si uno les promete no comenzarlo. Todo lo que puedo es empezarlos cortos. En este esfuerzo he logrado hacer de mis primeros cuatro renglones una reconocida notoriedad de brevedad. Nuestro autor es verdaderamente incógnito; si no fuera que Shakespeare tiene ya con quien se le confunda, sería una satisfacción ofrecérselo para ese propósito. La lectura de sus obras no nos procura base para juzgar sus talentos de escritor; ignoramos siempre si cumplía años, si nació disgustado, si mejoraba de las enfermedades o moría cada vez; si su vida se prolongó hasta el fin de sus días o pudo la ciencia hacerla concluir antes.Si se llega a saber que algo más puede ignorarse de él, nos apresuraremos -hágase a un lado, lector, que podemos atropellarlo- a comunicarlo; no consentiremos que se nos supere en la ignorancia que nos hemos labrado pacientemente a su respecto ni en la prontitud en difundirla. Yo caí. fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo. Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.-¡Estaba yo! -Y yo.El dolor que sentía en aquel de los hombros arriba del cual pende una oreja no era de muelas ni de la primera dentición sino del primer uso de la palabra. A mí me parecía que una vereda completa de las de frente a Plaza Congreso me había acertado en la clavícula. Si yo hubiera podido encontrar un reemplazante instantáneo de mí un segundo antes del golpe... Pero estos reemplazantes, suplentes, que todo quejosos se inscriben para las vacantes, no aparecen cuando se los busca para ayudarlos.Hubiera dado cualquier distancia para no estar allí y a ratos sospechaba haberme caído detalladamente cuatro metros seguidos desde una azotea, sin saltear ninguno. He notado que por fuera todos los pisos son corridos.El suelo no cae encima: es el mejor adorno de una casa y por eso en la Antigüedad, tiempo de las cosas bien hechas, se colocaba un suelo a los edificios haciendo juego con el techo y en dirección opuesta, de manera que el que penetrara -los edificios no son impenetrables- en ellos, tenía el gusto de ignorar continuamente si había puesto los pies -el cojo Agesilao ponía un pie y una muleta, y se le perdonaba cojear porque se había hecho querer- en el cielo raso o en el piso.La rapidez con que se improvisa una concurrencia en redor de un asesinado, robado o derribado, evidencia el esfuerzo de amor propio con que la población quisiera demostrarse superior en ligereza de piernas a la víctima. En una caída de tres metros el piso llega demasiado tarde y daría tiempo al público para llegar antes del accidente, que es lo que merece una ciudad como Buenos Aires, pues es descrédito para una metrópoli de canillitas y futbolistas que cualquier común accidentado los supere en agilidad y llegue siempre al lugar antes.Esfuércense, por lo menos, en ser un público de las caídas que llegue antes que el suelo. Inmediatamente ustedes que lo esperaban le dirán lisonjeándolo merecidamente:-Crea usted, señor, que es la única persona que ha conseguido quebrarse una pierna en el metro cuadrado donde usted está. Muchos lo han intentado y nos han hecho esperar repetidamente, sin conseguirlo. Es admirable cómo de una vereda tan baja, en un suelo tan escaso y con una pierna tan pequeña, ha conseguido una cojera tan completa y durable.No me pregunten ahora el por qué los comisarios más abusivos siempre se abstuvieron de llevar presa a ninguna estatua, que viven en las plazas como los vagabundos, ostentando el mal ejemplo de su holgazanería. Aborrezco las estatuas: casi siempre son hombres con sobretodo griego, o amplia levita de mármol. Si absurdo suele ser el traje actual del varón, esos botones y trencillas de mármol, ese trozo gruesísimo de mármol que simula los faldones levantados levemente por la brisa, son intolerables, y todo para que un hombre esté allí asegurándonos con su mano y su boca que nos va a decir cosas elocuentes y no se le oye en todo el día.En Buenos Aires, que estima inverosímil haber vivido hasta los treinta o cuarenta sin conocerla, por lo que hay que sacarse pronto la recienvenidez tardía, todo el primera vez llegado, que conoce en los semblantes el mal gusto del no haber nacido en ella, se apresura a dar una instruidísima conferencia sobre "La Argentina y los argentinos" tres días después de desembarcado. Esto da resultado; se comprende que conferencia tan pronta y con tal tema no es la colosal fatuidad y entrometimiento ignorante que suele sospecharse, sino la ansiedad por quitarse cuanto antes la pátina de recienvenidez. Ser recienvenido en Buenos Aires ni por un momento se perdona; es como insolencia.Soy el marido 'sintético'. Los hombres por síntesis, como yo, estudiamos las importantes pequeñeces que el hombre por alumbramiento (y otros detalles) desdeña. Además, como lo habrán advertido, no soy el Hombre Invisible sino, al contrario, el Hombre Evidente, algo más raro, útil y difícil.Todos los que tienen latente vocación para verdugos de ahorcamiento se alistan inmediatamente ante tu corbata desanudada y te piden que te entregues, con atlético gesto se apoderan de los extremos de la corbata y te la arreglan, desarreglando algo también. Y, sin embargo, la indemnidad contra los ahorcamientos es un seguro de la longevidad. Sobrevivir a una corbata mal anudada es el método de la larga vida.No sé si por algunos excesos de conducta o por observancias poco estrictas en mi régimen de vida cumpliré en breve cincuenta años. No lo he efectuado antes porque cada vez que impacienté el tiempo, adelantan¬do algún acontecimiento, me cambiaron uno bueno por uno malo. La elección de un día invariable de cumpleaños me ha permitido conocerlo tan bien que aun con los ojos vendados cumpliría mi aniversario.El anuncio de mi próximo aniversario va encaminado a incitar a los cronistas sociales para recordarme con encomios. 'Nadie como el señor R. ha cumplido tan pronto los cincuenta años'; o bien 'A pesar de que esto le sucedía por primera vez cumplió su medio siglo el apreciado caballero como si siempre lo hubiera hecho'. Alguien dirá con algún desdén: 'Con la higiene y la ciencia moderna, quién no tiene hoy cincuenta años'. 'A su edad no tenía mucho que elegir'. En fin, lo cierto es que nunca he cumplido tantos años en un solo día. Nací el 14 de octubre de 1875 y desde este desarreglo empezó para mí un continuo vivir. Pensando en ello en mitad de los rieles del tranvía, iba yo a redondear teóricamente un procedimiento automático para limitar la prestación del fuego de los cigarrillos que me había encargado la 'Compañía de Fósforos ya Raspados', cuando sin ninguna dificultad un coche motor me embistió cerca, pronto y todo. Como yo no abandono un pensamiento tan adelantado, media hora después salía de la Asistencia con mi invento completo y vendado. No interrumpí tampoco mi cumpleaños, que era ese día. Conducido por un amigo a su casa de familia, festejábase en ella el onomástico de la mamá; y tanto fue lo que se conversó que la señora y yo vinimos a entender por qué el día de nuestro aniversario nos había parecido siempre tan estrecho, a causa de que lo ocupábamos dos personas con el mismo suceso. Varios parientes de personas ignoradas me han requerido para biografiar a éstas. Pero a menudo sus estimadas órdenes llegan deficientes en datos acerca de las personalidades de existencia y parentesco con ellos ignorados, y debo prevenir en general que aunque muy gustoso sólo podré satisfacer sus pedidos si, como mínimo, se me concreta el dato del lugar y fecha en que no se supo que existieran. Así no correré el riesgo de confundir un desconocido con otro. De otra manera con un sólo desconocido tendría para todos los solicitantes.No es menos cierto que existen insomnios que afectan al mismo tiempo la facultad de dormir y la de estar despierto; y, lo digo con toda la seriedad del hombre durmiendo, para elegir entre dos coqueterías, óptese por la peculiaridad de ser un gran dormilón, porque es factible aparentar dormir -aunque fatigoso-, y no es fácil aparentar estar despierto.Cuando un día anterior es precedido de un siguiente, contando desde adelante, ocurre una separación entre los dos practicada mediante una noche, intervalo de faroles, tropezones y comisarías, que muchas personas ocupan en preparar un conversación sobre insomnio, para las personas de su familia; hay quienes hasta durmiendo piensan en los suyos.En todas las ciudades, aunque nadie lo haya gestionado, hay un abogado más alto de estatura que los otros; pero en Buenos Aires, donde el suelo muy bajo favorece las estaturas, hay el abogado más alto del mundo, gran amigo mío y muy buen compañero, es decir, hasta la altura de los hombros, que es hasta donde lo conozco y soy su amigo. Es un caballero y debe ser bueno, aunque yo no lo acompañe, en la demasía hacia arriba. Es tan alto que podría su cabeza tropezar con su propio sombrero puesto. Pero no se dude por esto de que con los pies llega hasta el suelo, como me lo han preguntado algunos; es allí en el suelo donde comienza nuestra amistad y la posibilidad de entendemos. Citas del libro: "Papeles de Reciénvenido"de Macedonio Fernández Otros libros de Macedonio Fernández:-No todo es vigilia la de los ojos abiertos.-Adriana Buenos Aires-Epistolario
Abriendo puertas en: Macedonio Fernandez, Sabados con citas
1 Completaron la entrada con algo interesante:
Monjaguerrillera dijo...
Sí, yo sí tengo sentido del humor.No parece que el humor también deba ser pensando ¿no?Ya lo sabía Macedonio Fernández de antemano.
Teosubversión
Monja Guerrillera"Oyeron que fue dicho, pero les digo que..."La Cruz es la teosubversión por el constante camino de la crisis.
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Sábado, 24 de Enero de 20009 /
Cosmologia: teorias acerca del tiempo y el espacio
La metafísica del gran rebote universal
Ultimamente se difundió la teoría de los bucles, que extiende la historia del Universo hasta más allá del Big Bang, al que propone sólo como el rebote de un Universo anterior que se contrajo tanto como el nuestro ahora se expande. Claro que, para sostener esa teoría, hay que suponer que el espacio y el tiempo son tan discontinuos como los campos que propone la mecánica cuántica, en contra de la percepción que Newton impuso –e impulsó– hace tres siglos y medio.
Por Matias Alinovi
LA IDEA ES QUE EL ESPACIO ES UNA SUERTE DE CONTENEDOR VACIO EN EL QUE LA MATERIA ESTA EN MOVIMIENTO.
A esta altura de la posteridad centenaria de las ideas de Einstein y de Schrödinger –o de Planck, o de Heisenberg, o de cualquiera de los precursores de la mecánica cuántica–, el desarrollo de una teoría unificada que supere, incorporando a ambas, la ignorancia mutua que las dos visiones del mundo parecen prodigarse –esa ignorancia que permite a cada una operar en su ámbito, en lo minúsculo y lo inmenso, en lo infinitesimalmente discreto y lo infinitamente continuo–, va convirtiéndose en una suerte de metafísica algebraica. Una disciplina afecta a las aseveraciones más conjeturales sobre el origen del tiempo y la materia nacidas en las necesidades operativas del cálculo.
Toda conjetura científica procede de la peripecia de los cálculos. Que el Universo haya estallado a partir de un punto, o que sea el rebote de incalculables historias anteriores, constituye una interpretación de desarrollos matemáticos complejos, tentativos. Una interpretación a veces inmoderada, apresuradamente metafísica.
Operativamente, esos desarrollos matemáticos están guiados por la necesidad de evitar las singularidades de las ecuaciones, aquellos puntos en que las variables se disparan hacia el infinito. La gran singularidad, la del principio. Si la Teoría General de la Relatividad establece que el Universo comenzó en una explosión, en el primer momento toda la materia habría estado concentrada en un punto de densidad infinita; densidad infinita y volumen cero. La teoría que predice esa explosión es incapaz, sin embargo, de operar matemáticamente con la singularidad; las ecuaciones divergen (es decir, se disparan para el infinito). Para entender qué sucedió en ese momento, en ese lugar, la física necesita una teoría cuántica de la gravedad, la tan mentada Teoría Unificada.
Uno de los candidatos a teoría unificada es la gravedad cuántica de bucles, un desarrollo teórico que comenzó hace algo más de veinte años con los trabajos precursores de Abhay Ashtekar, de Lee Smolin, de Carlo Rovelli. Ultimamente, fieles a una tradición, los teóricos de los bucles han adelantado conjeturas sorprendentes sobre el principio –o el “no principio”– de los tiempos. Conceptualmente más interesante es, quizás, el hecho de que propugnen la abolición del tiempo y del espacio; que se presenten como los epígonos de una concepción griega abandonada a partir de Newton.
BUCLES ERAN LOS DE ANTES
Carlo Rovelli suele recordar que los antiguos griegos sostenían dos nociones distintas del espacio: como entidad y como relación. Como entidad, no hay mucho que explicar. Es la imagen del mundo de los atomistas, de Demócrito, de Leucipo. La idea es que el espacio es una suerte de contenedor vacío en el que la materia está en movimiento. Un gran vacío, con átomos que se mueven: el mundo. Imagen familiar para nosotros.
Pensar el espacio como relación es considerar, en cambio, que la extensión es creada por los objetos. Pensar que si uno quitara los objetos que constituyen el mundo, entonces no quedaría nada. Nada quiere decir ni siquiera el espacio. De acuerdo con esa visión, el vacío no existe y el espacio es una propiedad de la materia. Esa noción antigua del espacio como relación es también la de Aristóteles y la de Descartes.
Con el tiempo, sin embargo, esa idea del espacio, habitual en la Grecia antigua, cambió, decayó, y el cambio constituyó una revolución conceptual. Newton recuperó para la ciencia de su época, y para la nuestra, la concepción atomista del espacio. Introdujo la idea de un espacio de referencia que perdura más allá de los objetos.
A partir de resultados anteriores –de Copérnico, de Kepler, de Galileo–, Newton desarrolló un sistema explicativo del mundo en el que los objetos se movían bajo la acción de fuerzas, que determinaban su aceleración, es decir, el cambio de magnitud o de dirección de su velocidad. Ahora bien, ¿cambio con respecto a qué? Con respecto a un espacio rígido, sólido, uniforme, indiferente a la existencia de la materia; el espacio que los atomistas ya postulaban. Tres siglos de newtonianismo nos tienen perfectamente acostumbrados a esas ideas.
DE LA DISCRECION DEL CAMPO
Pero en el siglo XIX, Michael Faraday, un físico británico, se aplicó al estudio de las fuerzas eléctricas y al hacerlo introdujo un nuevo cambio conceptual en el espacio, que pudo parecer intrascendente, pero que rápidamente demostró un poder reduccionista avasallante. Las cargas eléctricas parecían atraerse, o repelerse, ejerciendo una acción a distancia. Faraday prefirió pensar que la responsable de aquellas fuerzas era una entidad misteriosa que lo ocupaba todo. La imaginó hecha de infinitas líneas (entre dos líneas siempre hay otra). James Maxwell, un físico escocés, reemplazó las líneas de Faraday dibujando en cada punto un vector tangente y escribió ecuaciones para aquella cantidad artificiosa, a la que llamó campo eléctrico, que la consolidaron como entidad ubicua.
Lícitamente, uno podría pensar que el trámite era arbitrario, que procedía de la fantasía de Faraday y de la fiebre tangencial de Maxwell. Pero ocurrió que aquellas ecuaciones, que describían la dinámica del campo –el nuevo objeto no era estático, se movía, cambiaba en el tiempo– predecían unas ondulaciones. Maxwell identificó aquellas ondulaciones con la luz y del modo más inesperado obtuvo una teoría completa sobre su misterio: la luz era una ondulación del campo eléctrico. Esa identificación inaudita condujo al desarrollo de una tecnología ingente, que confirmó del modo más definitivo la pertinencia del campo: apareció Hertz, y la radio, y todo el variado dominio de las radiaciones. Pero entonces, ¿existía un campo? ¿Una entidad oscilante que lo ocupaba todo? La imagen del mundo cambiaba. No sólo había partículas moviéndose en un espacio rígido; también había campos ondulatorios.
Unas décadas más tarde, cuando Einstein se prepara para esbozar sus leyes sobre la gravitación, tiene a la vista el ejemplo de Maxwell. Entiende, acertadamente, que debe existir, también, un campo gravitatorio, responsable de la atracción entre los objetos masivos, el equivalente del campo eléctrico para las cargas. Einstein escribe ecuaciones para ese campo y al hacerlo alcanza un descubrimiento intuitivo, equivalente al de Maxwell: entiende que el campo gravitatorio efectivamente existe, pero que no debe agregarse a la realidad, como antes el eléctrico, sino que debe identificarse con aquel objeto conceptual introducido por Newton: el espacio.
La estructura básica respecto de la cual se definía la aceleración, eso era el campo gravitatorio. Lo que podía decirse de otro modo: no había espacio, sólo había campo. La estructura rígida de Newton, y de los atomistas, no existía, era artificiosa. Y también existían ondas gravitatorias, las ondulaciones del espacio.
Pero la Relatividad General no fue la única revolución conceptual del siglo XX; existió otra, la cuántica. Si Einstein revolucionó el espacio (y el tiempo), la cuántica revolucionó la materia. Enseñó que no existe una diferencia neta entre partículas, por un lado, y campos, por el otro. Más bien existe una dualidad: las partículas a veces se manifiestan como partículas, y a veces como ondas. Y los campos no son continuos, sino discretos. En definitiva, el poder reduccionista del concepto introducido por Faraday permite pensar la realidad como una superposición de campos discretos.
LA UNIFICACION
Después de cien años, ni la Relatividad General ni la mecánica cuántica están ya en la frontera del conocimiento: ambas teorías son confiables porque funcionan, es decir, existe una tecnología que indirectamente las valida, las avala. Y sin embargo, cada una está pensada de manera independiente, como si la otra no existiera: la relatividad postula campos continuos, la cuántica campos discretos, con un tiempo clásico.
¿Cómo podrían unificarse ambas teorías? Los teóricos de los bucles creen ver la respuesta hipotética en la lección de la historia: si la Relatividad General establece que el espacio es, en realidad, un campo físico, y la mecánica cuántica establece que todo campo físico presenta una estructura discreta, una afirmación junto a la otra sugiere que la teoría que las una deberá postular un espacio –un campo gravitatorio–, con una estructura discreta. Técnicamente, que hay que cuantizar –discretizar– el espacio.
La cosa no es fácil, y el ejercicio ha llevado décadas. Pero a través de la tecnología físicomatemática propia de la mecánica cuántica, los teóricos de los bucles afirman ahora que han develado la estructura del espacio a pequeña escala. Y que de acuerdo con sus ecuaciones, el espacio no está constituido por partículas, como podría esperarse, sino por unos objetos unidimensionales, por líneas, que no serían otra cosa que el equivalente espacial, gravitatorio, de las líneas de Faraday. Salvo que son discretas. Es decir, si las líneas de Faraday eran infinitas porque expresaban la supuesta continuidad del campo eléctrico, las líneas cuánticas del espacio son discretas. Cada línea tiene una dimensión física, que es del orden de la escala de Planck, es decir, del orden de los 10-35 metros.
Carlo Rovelli lo explica de este modo: “El espacio es muy similar a una tela, tejida de líneas, de hilos. La imagen del espacio que surge de las ecuaciones es la de un espacio tejido por estructuras unidimensionales, que, de no existir masas alrededor, se cierran sobre sí mismas; es decir, que forman bucles. De ahí la expresión gravedad cuántica de bucles. Bucles, líneas cerradas de Faraday, físicas, verdaderas. El espacio está formado por un número finito de líneas. La tela puede ser una imagen bidimensional del espacio. Para hacerse una imagen tridimensional, hay que pensar en una red de anillos”.
LAS CONJETURAS
En octubre del 2008, Martin Bojowald, que se presenta como el investigador preponderante en el ámbito de las implicaciones cosmológicas de la gravedad cuántica de bucles, publicó en Scientific American un artículo de divulgación: “¿Big Bang or Big Bounce (rebote)?: New Theory on the Universe’s Birth”. Allí Bojowald explica que, según la división del espacio en átomos –en átomos de espacio– que propone la gravedad cuántica, el espacio posee una capacidad finita para albergar materia y energía –el volumen del espacio no puede ser cero, sino que tiene, a lo sumo, la dimensión finita de los bucles–. Es decir, los bucles evitan los infinitos de las ecuaciones por el expediente simple de impedir el espacio cero.
Ahora bien, si el Big Bang ya no constituye una singularidad, si ahora la densidad no diverge en ese punto, el tiempo, conjetura Bojowald, debe haberse extendido más allá de ese momento. “Debe haber existido –dice– un Universo anterior a la explosión, que sufrió una implosión catastrófica, que alcanzó un punto de máxima densidad, y que luego comenzó a expandirse.” Una densidad más bien grande: de acuerdo con el modelo de los bucles, el equivalente de la masa de un trillón de soles en una región del tamaño de un protón. Alcanzada esa densidad, la fuerza de gravedad se habría vuelto repulsiva, dando lugar a la expansión del Universo, que la inercia ha hecho prosperar hasta nuestros días. “En conclusión –dice Bojowald–, una gran implosión condujo a un gran rebote, y de allí a una gran explosión.”
En un artículo aún más reciente, de la revista New Scientist, Abhay Ashtekar relata el momento en el que, observando una simulación matemática que corría hacia atrás en el tiempo, vio cómo esa simulación del cosmos, que él mismo había elaborado, rebotaba y comenzaba a expandirse de nuevo.
En conclusión, según los teóricos del bucle, la cuantización del espacio predice que el tiempo se extiende más allá del Big Bang, más allá de la explosión original prevista por la Relatividad General, y que nuestro Universo proviene del colapso de otro Universo. Que existió, antes de éste, un Universo que sufrió una implosión catastrófica, que alcanzó un punto de máxima densidad y que a partir de allí comenzó a expandirse nuestra realidad. La metafísica del rebote universal.
Fuente : http://www.pagina12.com.ar/
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Prólogo a "Dinero", de Miguel Brieva
Walt Disney y los terroristas suicidas
Santiago Alba Rico
Rebelión.
"Dinero", de Miguel Brieva (Random House Mondadori, Barcelona 2008).
Hay básicamente dos formas de reírse y dos fuentes distintas de comicidad. A la segunda la llamamos gag . El gag forma parte de la tradición humorística y teatral, especialmente circense, y define algo así como una unidad cerrada de hilaridad pura: tiene que ver con el gusto muy infantil y muy primitivo por la sorpresa desintegradora, por el desorden irrumpiente, con el placer muy instintivo de que las cosas se salgan de su sitio, caigan o se desplomen inesperadamente, descarrilen fuera de su curso natural liberando una cadena causal -las fichas de dominó derribadas en fila- a contrapelo de la estabilidad convencional. Más o menos simple o más o menos elaborado (la silla rota que desbarata la solemnidad del payaso “listo” o la traca de torpezas de Peter Sellers en El Guateque), el gag agota en sí mismo, y en su repetición ilimitada, toda su potencia expresiva.
Nos toca y abrimos la boca; nos golpea y sonamos , como un tambor o una campanilla; y si no nos cansa nunca es precisamente porque lo hace todo él, sin necesidad de que nosotros pongamos otra cosa que nuestro cuerpo. Si el arte es la posibilidad -según Kant- de pensar al margen del concepto, el “gag” es la obligación de reírse sin mediación racional o narrativa: una especie de “universal” de las vísceras ante el que rendimos una y otra vez, con ruido de sonajero, todo lo que hemos aprendido y todo lo que hemos experimentado.
No hay nada malo, sino al contrario, en responder con cuerpo de niño a un desorden indoloro (en desencajarse de vez en cuando del orden severo de la historia y la naturaleza), pero esta obligación de reírse sin razón, al margen del mundo, se ha convertido hoy en la ley misma que organiza nuestra percepción y eso hasta el punto de que lo que no comparece bajo la forma de gag ni nos compromete ni nos conmueve. Sólo los estímulos que inducen en nuestro cuerpo una respuesta mecánica, sólo los que nos arrancan -con una carcajada o una emoción atómica- del mundo común nos interpelan y nos excitan. Es lo que llamamos equivocadamente “el triunfo de la imagen” para describir una experiencia caleidoscópica construida a base de golosinas visuales cuyos residuos diurnos (el dolor, la miseria, la muerte) no nos incumben. El gag más reciente, el gag paradigmático al que tratan en vano de imitar todos los autores y todos los generos -lo he dicho otras veces- es el de las Torres Gemelas de Nueva York: cayeron de un modo al mismo tiempo tan increíble y tan familiar que sus 2.500 muertos apenas mancillaron el espectáculo. Puede que algunos, en Palestina o en Pakistán, contemplaran la escena como la inversión vindicativa del relato imperialista y se alegraran del golpe con rabia de revancha, pero los demás reaccionamos, en Madrid e incluso en Washington, de un modo menos elaborado, por debajo de toda ideología y antes de toda reflexión: sencillamente disfrutamos muchísimo. Técnicamente fue un gag tan bueno que un placer superior sólo podrá ya proporcionárnoslo una explosión nuclear. Tan bueno fue, nos impuso un gozo tan elemental, tan puro, tan infantil, que implorábamos sin descanso, como hacen los niños con el tío que se saca un bombón de las orejas: “hazlo otra vez”, “que ocurra otra vez”. Y como reconstruir las torres, infliltrarse en EEUU, aprobar un curso de vuelo y secuestrar un avión hubiese exigido un esfuerzo (y enseguida un pensamiento), nos limitábamos a ver la repetición por televisión. Aún podemos verla una y otra vez, como el traspiés del payaso listo, y sentir la misma alegría inocente y primitiva y desear sin maldad que ocurra de nuevo, aunque sólo sea en nuestro vídeo. ¿Somos más humanos que en Pakistán?
Alegrarse sin razón y sin relato, ¿nos hace más justos o más morales? Después del 11-S vino el gag de Afganistán y el de la destrucción de Bagdad y el de las torturas de Abu Gharaib, mezclados sin solución de continuidad con otros gags menos logrados: un accidente aéreo, unas Olimpiadas, el cabezazo de Zidane, la boda del príncipe, el terremoto del Perú, el mundial de Japón. Todos los gags nos alegraron por igual o al menos de la misma manera, sin residuos ni remordimientos. Habría que haber rebajado un poco su calidad para que la realidad hubiese inundado las pantallas; tendrían que haber costado menos -en dinero y en muertos- para degradarnos hasta el pensamiento o la compasión. Asi es el gag : no nos importa que el payaso se caiga, con tal de que se caiga aparatosamente; no nos importa que el torturado se retuerza, con tal de que se retuerza verdaderamente; no nos importa que las torres se desplomen, con tal de que se desplomen desde muy arriba; no nos importa el número de cadáveres con tal de que sea incontable . O como he escrito en otras ocasiones: no nos importará el apocalipsis, con tal de que podamos verlo por televisión. Se ha hablado mucho del terror como instrumento de la política, pero no se ha hablado de la tranquilidad que nos inspira su presentación, de la doméstica trivialidad que nos transmite el formato bajo el que comparece (el terror) ante nuestras miradas. No se ha hablado de la falsa tranquilidad como instrumento de la política. El terror nos calma cada vez que aparece en televisión; el terror nos garantiza la supervivencia cada vez que en un periódico, al lado de la noticia del aumento del PIB o del fichaje de Ronaldinho, leemos este apetecible titular: “La tierra, en peligro de extinción”. Todo son buenas noticias a condición de que nos arranquen del mundo común. ¿16.5000 especies animales amenazadas de muerte? Es un buen gag . ¿El fin del petróleo? Qué emocionante. ¿El encarcelamiento de la Pantoja? Eso quizás nos concierna ya un poco más... Es esta falsa tranquilidad la que denuncian y desnudan las viñetas que viene construyendo desde hace años Miguel Brieva.
Hay una que me gusta especialmente porque constituye el esquema mismo de una corrupción radical que otros hemos tratado de explicar de un modo menos eficaz mediante esos largos rodeos que llamamos libros. En ella se ve a dos jóvenes muy alegres con sendos paquetes de explosivos atados a la cintura, a punto de accionar un detonador. No son palestinos desesperados ni salafitas fanáticos al asalto del paraiso; no han pensado mal y han llegado a conclusiones equivocadas; no quieren cambiar el mundo, ni siquiera para peor. Se trata en realidad de un spot publicitario, el “eidos” de todos los spots publicitarios, el paradigma oculto al que pueden reducirse todos los anuncios y todos los impulsos al consumo. “Y ahora... mátese”, se lee en la parte superior. “Nuevo”, “Adelgace más de 75 kilos en 3 segundos”, “y en su propia casa”, “¡mátese ahora y pague en 12 meses!”. El joven sonríe tentador tratando de vencer las últimas resistencias puritanas de la chica: “¡Ey! ¿Nos matamos? ¡Lo anuncian por televisión!”. Y ella, con esa audacia un poco mimética de las clases medias cuando cometen un exceso -cantar en el karaoke o jugar a las prendas- secunda femeninamente con entusiasmo: “¡Veeengaaaa!”.
Miguel Brieva dibuja y escribe una y otra vez contra el gag de los terroristas suicidas. Ese es casi su único tema, como el de Blake es la alegría sobrenatural, el de Proust la memoria y el de Goya la locura humana. Un terrorista suicida es un sujeto que incurre en la antinomia lógica de matarse matando. Están por todas partes. Están también dentro de nosotros. Matarse matando es lo que hacen, sí, algunos desesperados fanáticos, algunos desesperados, algunos fanáticos, en lugares donde se vive mal por nuestra culpa. Pero “matarse matando” es lo que hacemos también nosotros, sin ninguna desesperación ni fanatismo, en lugares donde se vive ciertamente mejor sin ningún mérito nuestro, y en los que el convencimiento mismo de nuestra superioridad, motor de un consumo -es decir, una destrucción- desenfrenada, instrumento de una producción -es decir, una destrucción- delirante e irracional, derrite muy deprisa los polos, seca los ríos, despeina los bosques, envenena el aire, vacía los pueblos y desnuda a los niños. ¿Cómo se convence a un hombre de que se mate matando? En Pakistán, en Afganistán, en Palestina, en Iraq, se les empuja mucho, se les da una bomba y se les promete el paraíso a cambio de su gesto. Pero, ¿cómo -cómo- se convence a las clases medias occidentales de que acometan el atentado suicida más grande de la historia? Se les persuade de que el gesto es el paraíso mismo. Para una empresa de persuasión tan descomunal hacen falta medios también descomunales: es lo que llamamos capitalismo. Hacer estallar una bomba exigiría más conciencia (aunque fuese negativa) y más valentía por nuestra parte: en su lugar, se nos dan lavadoras, hamburguesas, pantallas de plasma, coches, ordenadores, teléfonos móviles, billetes de avión, refrescos, lencería fina y chocolates belgas. Es ese gag material, placentero, cotidiano (derribo ininterrumpido de mil Torres Gemelas) llamado “mercancía”, que nos arranca del mundo común y que no exige de nosotros sino que pongamos infantilmente el cuerpo. Es el gag de los 300.000 niños esclavos que recogen cacao en Costa de Márfil; es el gag de los 4 millones de congoleños muertos extrayendo de las minas nuestro coltán; es el gag de los millones de campesinos que ayunan para alimentar nuestras vacas. “Un estadounidense bate el récord al engullir 66 perritos calientes en 12 minutos”, nos cuenta, no un chiste de Brieva, no, sino un periódico español que describe el entusiasmo de los 50.000 espectadores que aplaudieron y ovacionaron a Joey Chestnut, el joven terrorista suicida de California capaz de derrotar al seis veces campeón mundial , Takeru Kobayashi, que no pudo devorar más de 63 hot-dog . Pero el gag de la mercancía no basta. Hace falta también una operación de propaganda sin precedentes históricos, eso que perversamente denominamos “publicidad” para describir y celebrar la invasión del espacio público por parte de los intereses privados. No es extraño que Miguel Brieva utilice una y otra vez la publicidad para iluminar este dominio terrorista del gag .
No es extraño que la publicidad -eso es lo que ven certeramente sus viñetas- concentre ahora toda la audacia estética, antipuritanismo moral y rupturismo revolucionario que hace cien años movilizó el arte de vanguardia para escandalizar al burgués y que hoy se inscribe en el corazón mismo de la mentalidad burguesa: es necesaria, sí, mucha audacia para persuadirnos de destruir alegremente el universo. El spot de Miguel Brieva citado más arriba, esquema categorial del género, no hace sino traducir la famosa síntesis capitalista excogitada por la casa Nike ( “just do it” , “sólo hazlo”), eslogan donde convergen naturalmente Ben Laden y Joey Chestnut, Mohamet Atta y el Carrefour. Vemos al monstruo de Nueva York dirigiendo el avión de pasajeros contra la torre de Mahattan y a Dios detrás, tonante en su nubecilla, ordenándole: “Just do it ”, “sólo hazlo”. Vemos a James Carney o a Jacob Cohen, pilotos de un B-52 estadounidense y de un F-16 israelí respectivamente, volando sobre Faluya o sobre Beirut, con la barriga de hierro repleta de bombas de racimo, y detrás una Biblia impresa en billetes de dólar que les dicta: “Just do it” , “sólo hazlo”. Vemos a un alegre consumidor madrileño en Toys'araus a punto de arrancarle la play-station , al mismo tiempo que la ropa y una pierna, a un negrito cuya casa ha sido destruida por una bomba y detrás a Papá Noel, al volante de un mercedes, que le conmina: “ Just do it ”, “sólo hazlo”. Y vemos a la humanidad aún vacilante, con un pie en el abismo, tentada de dar un paso hacia adelante, y detrás a la casa Nike y a Monsanto y a Roche y a Bayern y a Nestlé y a Coca-Cola y a Siemens y a Sony y a Repsol y a Chevron y a Renault y a Ford -y a los gobiernos que las empresas han elegido- señalando con el dedo el vacío: “ Justo do it ”, “sólo hazlo”. Para que una verdad de este tipo no resulte ni demagógica ni solemne, para que no se convierta a su vez en un gag hay que ser un genio y basta un vistazo a sus viñetas para darse cuenta de que Miguel Brieva lo es. Un genio es alguien capaz no sólo de crear ciertas criaturas -frases o figuras- sino de crear, al mismo tiempo, la única atmósfera en la que pueden desenvolverse. Esa atmósfera es tan potente, tan precisa, tan orgánicamente sostenible que acaba por invadir y contaminar la nuestra, de tal manera que, a fuerza de imponer su extrañeza, acaba por impugnar nuestra familiaridad. Lo inquietante del universo de Brieva es que es el nuestro (como lo es el de los grabados luciferinos de Goya o el de las cabales metamorfosis de Kafka): es lo que Freud llamaba lo siniestro para describir un alejamiento repentino de la normalidad doméstica pero también un reconocimiento -una identificación súbita- de la irracionalidad integrada. Lo reprimido asalta de pronto nuestro horizonte visual corriendo o desplazando mínimamente la superficie consciente; basta un leve empellón al lenguaje en la misma dirección en la que habitualmente se expresa y basta amortiguar suavemente el color, tensar un poco las líneas de los rostros, aumentar artificialmente la alegría, vestir los cuerpos de otra manera -cosas que sólo puede hacer un gran artista-, para que todo lo que nos parece lleno aparezca horrendamente vacío.
Basta seguir hasta el final el espíritu de Disney para que él mismo se voltee en el reverso de Disney , repentinamente amenazador, agresivo, un poco viscoso, un poco metafísico, inesperada cópula entre el capitalismo y el fascismo. Nadie ha sabido entender como Brieva el terror salvaje que abriga Disneylandia, el desorden metafísico de Mickey Mouse. El más allá del mercado está precisamente acá , en lo más próximo, al lado de la cuna, en el sofá del salón, en el peluche hitleriano, en el Bambi matón, en todas esas criaturas encantadoras y saltarinas que nos hielan la sangre con su felicidad irresistible, con su marcial alegría obligatoria. Miguel Brieva no es sólo un gran viñetista político (como lo son Quino o El Roto) sino un gran artista político, un gran iluminador de civilizaciones cuya obra -este Dinero o su anterior Enciclopedia- pueden compararse quizás, por su refinamiento gráfico y por sus efectos, al inmenso Grandville y a su Otro Mundo (1844), ese inquietante visionario capaz de imaginar exactamente el capitalismo industrial, mientras sus contemporáneos se limitaban a vivirlo vagamente, como Brieva es capaz de imaginar con precisión el capitalismo financiero y consumista mientras nosotros nos limitamos a experimentarlo borrosamente. Como la realidad no es verdadera -digamos con Alfonso Sastre-, para que la verdad llegue a ser real hay que imaginarla intensamente y con todo detalle. Una imagen no vale más que mil palabras, pero un concepto sí. Un concepto vale de hecho más que mil imágenes. Los conceptos, al contrario de lo que pretendía Spinoza, se pueden mirar, tienen color y a veces hasta nos ladran. Nos dan también miedo. Dan siempre que pensar. Por eso el concepto es lo contrario del gag . ¿Pero puede hacernos también reír? Esa es la primera fuente de risa -en orden ontológico y racional- a la que me refería al principio. Los conceptos imaginados de Miguel Brieva nos hacen reír exactamente al revés que la costalada del payaso listo o el derribo de las Torres Gemelas; no por algo que ocurre fuera y sin residuos, no por algo que les ocurre a otros y que al mismo tiempo los anula, sino por una caída aparatosa en nuestro interior de la que ya no podemos recuperarnos. Está la risa mediante la cual renunciamos a conocer -en la que sólo ponemos el cuerpo- y está la risa extraña, un poco angustiosa, de conocernos, la que acompaña al hecho de caer de pronto dentro de nuestra mente y tener luego que activarla para levantarnos y levantar con ella todo lo que el gran gag del terrorista suicida está a punto de derribar: “no lo hagas, piénsalo”. Hay risas que se agotan en sí mismas y risas que te dejan tan mal sabor de boca que uno no puede dejar de enjuagársela enseguida con una acción (o con una omisión decente). El arte genial de Miguel Brieva es de los que te hacen reír sólo a la mitad del camino y de los que te obligan después a recorrer, quieras o no, la otra mitad. Con esas dos mitades debemos intentar alejar el abismo.
Fuente: Rebelion
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La cosmología de la dominación en crisis
Leonardo Boff, teólogo
Hay un inmenso sufrimiento en todos los estratos sociales, sean ricos o pobres, producido por la actual crisis económico-financiera. Más que el asombro es el sufrimiento el que nos hace pensar. Es el momento de ir más allá del aspecto económico-financiero de la crisis y descender hasta los fundamentos que la provocaron. De no hacerlo así, las causas de la crisis seguirán produciendo crisis cada vez más dramáticas hasta que se conviertan en tragedias de dimensiones planetarias.
Lo que subyace bajo la actual crisis es la ruptura de la cosmología clásica que perduró durante siglos pero que ya no explica las transformaciones ocurridas en la humanidad y en el planeta Tierra. Esa cosmología surgió hace por lo menos cinco mil años, cuando empezaron a construirse los grandes imperios, ganó fuerza con el Iluminismo y culminó con el proyecto contemporáneo de la tecnociencia.
Partía de una visión mecanicista y antropocéntrica del universo. Las cosas están ahí las unas al lado de las otras, sin conexión entre sí, regidas por leyes mecánicas. No poseen valor intrínseco, sólo valen en la medida en que se ordenan al uso humano. El ser humano se sitúa fuera y encima de la naturaleza, como su dueño y señor que puede disponer de ella a su gusto. Esa cosmología partía de un falso presupuesto: que podía producir y consumir de forma ilimitada dentro de un planeta limitado, que esta abstracción ficticia llamada dinero representaba el valor mayor y que la competición y la búsqueda del interés individual producirían el bienestar general. Es la cosmología de la dominación.
Esta cosmología llevó la crisis al ámbito de la ecología, de la política, de la ética y ahora de la economía. Las ecofeministas nos hicieron notar la estrecha conexión existente entre antropocentrismo y patriarcalismo, el cual ejerce violencia sobre las mujeres y la naturaleza desde el neolítico.
Felizmente, a partir de mediados del siglo pasado, proveniente de varias ciencias de la Tierra, especialmente de la teoría de la evolución ampliada, se está imponiendo una nueva cosmología, más prometedora y con virtualidades capaces de contribuir a superar la crisis de forma creativa. En vez de un cosmos fragmentado, compuesto de una suma de seres inertes y desconectados, la nueva cosmología ve el universo como el conjunto de sujetos relacionales, todos inter-retro-conectados. Espacio, tiempo, energía, información y materia son dimensiones de un único gran Todo.
Incluso los átomos, más que partículas, son entendidos como ondas y cuerdas en permanente vibración. Antes que una máquina, el cosmos, incluyendo la Tierra, se muestra como un organismo vivo que se autorregula, se adapta, evoluciona y eventualmente, en situación de crisis, da saltos buscando un nuevo equilibrio.
La Tierra, según renombrados cosmólogos y biólogos, es un planeta vivo –Gaia– que articula lo físico, lo químico, lo biológico de tal forma que el resultado es siempre favorable a vida. Todos sus elementos están dosificados de una forma muy sutil como solo un organismo vivo puede hacerlo. Solamente a partir de los últimos decenios, y ahora de manera inequívoca, da señales de estrés y de pérdida de sostenibilidad. Tanto el universo como la Tierra se muestran guiados por un propósito que se revela por la emergencia de órdenes cada vez más complejas y conscientes.
Nosotros mismos somos la parte consciente e inteligente del universo y de la Tierra. Por el hecho de ser portadores de estas capacidades, podemos enfrentarnos a las crisis, detectar el agotamiento de ciertos hábitos culturales (paradigmas) e inventar nuevas formas de ser humanos, de producir, consumir y convivir. Es la cosmología de la transformación, expresión de la nueva era, la era ecozoica.
Necesitamos abrirnos a esta nueva cosmología y creer que aquellas energías (expresión de la suprema Energía) que están generando el universo desde hace más de trece mil años están también actuando en la presente crisis económico-financiera. Ellas ciertamente van a forzarnos a un salto de calidad rumbo a otro modelo de producción y de consumo, que efectivamente nos salvaría, pues sería más conforme a la lógica de la vida, a los ciclos de Gaia y a las necesidades humanas.
Fuente : www.servicioskoinonia.org/boff - 29-01-09.-
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Consumo y barbarie visual
Santiago Alba Rico
Rebelión
La mitología griega nos cuenta la historia de Tántalo, semidiós bravucón castigado por Zeus a padecer hambre y sed eternas en medio de los más deliciosos manjares y con el cuerpo sumergido en el agua. Nos cuenta también la de su contrapunto y complemento, Erisictón, al que los dioses condenaron a comer ininterrumpidamente todo lo que encontraba en su camino, una cosa tras otra, animales, bosques, hijos, sin hallar jamás satisfacción, hasta el gesto final de autofagia suicida. No son historias antiguas y fantasiosas. El pasado 26 de diciembre, Joan Cunnane, una inglesa de 77 años adicta a las compras, falleció de deshidratación en su casa atrapada en una montaña de mercancías baratas que había comprado durante años y que había ido guardando en decenas de maletas. Ninguna era esencial, ninguna había sido usada, ninguna había llegado realmente a existir salvo para matar a su propietaria. Tántalo y Erisictón del capitalismo, la señora Cunnane había muerto de hambre y sed en medio de un exceso de riquezas, destruida por su mística pulsión al consumo, sepultada bajo trescientas bufandas de colores -entre otros miles de objetos- que jamás habían adornado su cuello ni abrigado su garganta.
En las situaciones de hambruna -desde la India victoriana al Sudán de la guerra civil- los pobres desesperados roban cosechas, asaltan graneros y allanan despensas antes de sucumbir a los golpes y la inanición. En las llamadas “revueltas del pan” del Tercer Mundo, los desheredados de la tierra rompen las vidrieras de los comercios y se disputan, a veces hasta la muerte, las migajas de sus saqueos angustiosos. No son sólo los dramas de la miseria. El pasado 28 de noviembre, una avalancha de consumidores agolpados a la entrada de un Wall-Mart de Nueva York tiró abajo la puerta, aplastó a uno de sus empleados e hirió a otros tres trabajadores -incluida una mujer embarazada- tratando de alcanzar las mejores ofertas de la temporada de rebajas; mil coceadores de clase media, animados de una mística furia irruptiva, se peleaban a muerte por un bolso de plástico o unos pantalones de marca. ¿Dónde empieza lo banal y dónde lo esencial cuándo se está dispuesto a matar por obtenerlo? Bajo el capitalismo, la compra-venta de un bolso de plástico (o de una crema anti-arrugas o de un adorno para el automóvil) es literalmente una cuestión de supervivencia.
Manifestaciones del hambre en Occidente, el caso de la señora Cunnane y el de la estampida humana de Nueva York son casos extremos, pero es en ellos donde se descubre en un resplandor la normalidad de la abundancia capitalista. Los placeres del consumo tienen poco que ver con el objeto; están más bien asociados a un atavismo famélico, a la necesidad casi biológica de la apropiación inmediata, de la adquisición predadora, del saqueo freudiano de un botín multitudinario que, una vez aferrado, se puede despreciar. Los primitivos sueños de abundancia asociados antaño a la leche y la miel, a las frutas antediluvianas pintadas por El Bosco, a las pepitas de oro de los graneros, hoy convergen en los mall o centros comerciales y en los grandes supermercados, donde cogemos a dos manos, sin obstáculos ni intermediarios, la cosecha siempre renovada de una naturaleza milagrosa. Volvemos a las emociones prensiles de los simios o de los salvajes cazadores-recolectores de la antigüedad. Basta con poseer el salvoconducto de acceso -tarjeta de crédito o billetes de dólar- y podemos adquirir un ilimitado número de baratijas y, con ellas, un hambre muy superior, mucho más acuciante, mucho más exigente, que el que aqueja a los que no tienen nada. Un hambre, por así decirlo, de primera clase o de lujo.
Pero el mall o centro comercial ha democratizado y globalizado, transversal a las clases sociales, esta experiencia de la abundancia anémica. El consumo es un acto de barbarie, sí, pero un acto de barbarie “visual”. La acucia patológica de la señora Cunnane, estudiada por los psiquiatras, no es más que la obediencia mecánica, sin resistencias racionales, a la lógica autodestructiva de la mercancía: comprar y tirar, renunciar al uso de los objetos, guardarlos sin desembalar, son prácticas que revelan la consistencia puramente imaginaria -ceremonial o neurótica- de los intercambios mercantiles. Solubles, superadas ya por sus volátiles sucesores, que introducen la idea de futuro como ansiedad y como humillación, las mercancías son sólo “imágenes”. El mall o centro comercial vende estas “imágenes”, pero vende además sus copias, imágenes de imágenes abiertas al saqueo visual también de los pobres que no pueden comprarlas. El capitalismo no se reproduce sólo a partir de la explotación del trabajo; también lo hace a partir de la explotación de la mirada. En el mall o centro comercial convergen y se vuelven innecesarias todas las grandes instituciones de la cultura milenaria: el Templo, la Academia, el Museo, el Parlamento, franqueados ahora de una sola vez y en un solo espacio a todas las clases del planeta. Calientes en invierno, frescos en verano, bulliciosos y seguros, exhibición apabullante de la superioridad bárbara del capitalismo, sus galerías reúnen peregrinos de todos los estratos sociales y culturales. En El Cairo y en Caracas, en Lima y en Delhi, en Madrid y en Nueva York, los pobres urbanos ya no buscan un poco de brisa o de juego en sus días de asueto; como antes iban al campo, las familias de las clases medias bajas acuden ahora los domingos al mall más lujoso y frecuentado para contemplar la renovación mágica de las mercancías tras las vitrinas y consumir visualmente en grupo su ración de hambruna de colores.
Prolongación de la televisión, el mall ha consumado la disolución de la cultura activa -popular o de clase- sobre la que ya alertaba Passolini en los años 70 del siglo pasado. Exhibe en una imagen de triste relumbre el carácter insostenible de la economía de la abundancia y su desoladora pobreza antropológica. El emirato de Dubai, con su arquitectura extraterrestre, es el emblema de este modelo que destruye recursos y vidas y convierte las ciudades mismas en una gigantesca operación de barbarie visual: mercancía él mismo y conducto de mercancías, el máximo atractivo de este país recién fabricado, arrancado al desierto y al mar en siete días, son precisamente sus 40 monstruosos mall. ¿Será una casualidad que su fiesta nacional se llame Dubai Shopping Festival? El año pasado, más de 3 millones de turistas de todo el mundo acudieron a celebrarlo en sus suntuosos y abigarrados centros comerciales y gastaron 10.000 millones de dólares. Entre tanto, los trabajadores bengalíes y pakistaníes que los construyeron pueden pasear por sus avenidas iluminadas satisfechos de adquirir con la mirada lo que, en cualquier caso, sólo había sido fabricado para eso: para entrar por los ojos y salir inmediatamente del mundo sin dejar más huella que hambre, contaminación, degradación moral y vacío antropológico. Pero, al contrario que en el caso de Tántalo y Erisictón, nuestro castigo no será eterno.
Fuente: Rebelion
A mis doce años de edad estuve a punto de ser atropellado por una bicicleta. Un señor cura que pasaba me salvó con un grito: Cuidado! El ciclista cayó a tierra. El señor cura, sin detenerse, me dijo: Ya vio lo que es el poder de la palabra? Ese día lo supe. Ahora sabemos, además, que los mayas lo sabían desde los tiempos de Cristo, y con tanto rigor, que tenían un dios especial para las palabras. Nunca como hoy ha sido tan grande ese poder. La humanidad entrará en el tercer milenio bajo el imperio de las palabras. No es cierto que la imagen esté desplazándolas ni que pueda extinguirlas. Al contrario, está potenciándolas: nunca hubo en el mundo tantas palabras con tanto alcance, autoridad y albedrío como en la inmensa Babel de la vida actual. Palabras inventadas, maltratadas o sacralizadas por la prensa, por los libros desechables, por los carteles de publicidad; habladas y cantadas por la radio, la televisión, el cine, el teléfono, los altavoces públicos; gritadas a brocha gorda en las paredes de la calle o susurradas al oído en las penumbras del amor. No: el gran derrotado es el silencio. Las cosas tienen ahora tantos nombres en tantas lenguas que ya no es fácil saber como se llaman en ninguna. Los idiomas se dispersan sueltos de madrina, se mezclan y confunden, disparados hacia el destino ineluctable de un lenguaje global.
La lengua española tiene que prepararse para un ciclo grande en ese porvenir sin fronteras. Es un derecho histórico. No por su prepotencia económica, como otras lenguas hasta hoy, sino por su vitalidad, su dinámica creativa, su vasta experiencia cultural, su rapidez y su fuerza de expansión, en un ámbito propio de diecinueve millones de kilómetros cuadrados y cuatrocientos millones de hablantes al terminar este siglo. Con razón un maestro de letras hispánicas en los Estados Unidos ha dicho que sus horas de clase se le van en servir de intérprete entre latinoamericanos de distintos países. Llama la atención que el verbo pasar tenga cincuenta y cuatro significados, mientras en la república del Ecuador tienen ciento cinco nombres para el órgano sexual masculino, y en cambio la palabra condoliente, que se explica por sí sola, y que tanta falta nos hace, aun no se ha inventado. A un joven periodista francés lo deslumbran los hallazgos poéticos que encuentra a cada paso en nuestra vida doméstica. Que un niño desvelado por el balido intermitente y triste de un cordero, dijo: ``Parece un faro''. Que una vivandera de la Guajira colombiana rechazo un cocimiento de toronjil porque le supo a Viernes Santo. Que Don Sebastián de Covarrubias, en su diccionario memorable, nos dejo escrito de su puño y letra que el amarillo es el color de los enamorados. ¿Cuántas veces no hemos probado nosotros mismos un café que sabe a ventana, un pan que sabe a rincón, una cereza que sabe a beso?
Son pruebas al canto de la inteligencia de una lengua que desde hace tiempos no cabe en su pellejo. Pero nuestra contribución no debería ser la de meterla en cintura, sino al contrario, liberarla de sus fierros normativos para que entre en el siglo veintiuno como Pedro por su casa.
En ese sentido, me atrevería a sugerir ante esta sabia audiencia que simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros. Humanicemos sus leyes, aprendamos de las lenguas indígenas a las que tanto debemos lo mucho que tienen todavía para enseñarnos y enriquecernos, asimilemos pronto y bien los neologismos técnicos y científicos antes de que se nos infiltren sin digerir, negociemos de buen corazón con los gerundios bárbaros, los ques endémicos, el dequeísmo parasitario, y devolvamos al subjuntivo presente el esplendor de sus esdrújulas: váyamos en vez de vayamos, cántemos en vez de cantemos, o el armonioso muéramos en vez del siniestro muramos. Jubilemos la ortografía, terror del ser humano desde la cuna: enterremos las haches rupestres, firmemos un tratado de límites entre la ge y jota, y pongamos más uso de razón en los acentos escritos, que al fin y al cabo nadie ha de leer lagrima donde diga lágrima ni confundirá revolver con revólver. Y que de nuestra be de burro y nuestra ve de vaca, que los abuelos españoles nos trajeron como si fueran dos y siempre sobra una?
Son preguntas al azar, por supuesto, como botellas arrojadas a la mar con la esperanza de que les lleguen al dios de las palabras. A no ser que por estas osadías y desatinos, tanto él como todos nosotros terminemos por lamentar, con razón y derecho, que no me hubiera atropellado a tiempo aquella bicicleta providencial de mis doce años.
[ Declaraciones de García Márquez para La Jornada, México, 8 de abril de 1997]
Entrevista concedida por García Márquez a Joaquín Estefanía
Joaquín Estefanía
El escritor Gabriel García Márquez considera «natural» la reacción de los gramáticos, lingüistas y académicos a su discurso de Zacatecas ( Botella al mar para el dios de las palabras , EL PAÍS del pasado martes 8 de abril): «Sería absurdo que los que guardan la virginidad de la lengua estuvieran contra sí mismos. Pero la mayoría parece haber hablado sin conocer el texto completo de mi discurso, sino sólo fragmentos más o menos desfigurados en despachos de agencias. En todo caso es increíble que a la hora de la verdad hasta los más liberales sean tan conservadores».
Estos días hemos oído en muchas ocasiones que el escritor colombiano había pedido suprimir la gramática. Su discurso no lo dice.
«Dije que la gramática debería simplificarse, y este verbo, según el Diccionario de la Academia, significa 'hacer más sencilla, más fácil o menos complicada una cosa'. Pasando por alto el hecho de que esa definición dice tres veces lo mismo, es muy distinto lo que dije que lo que dicen que dije. También dije que humanicemos las leyes de la gramática. Y humanizar, según el mismo diccionario, tiene dos acepciones. La primera: 'hacer a alguien o algo humano, familiar o afable'. La segunda, en pronominal: 'Ablandarse, desenojarse, hacerse benigno'. «¿Dónde está el pecado?», se pregunta.
El siguiente punto de contestación a las palabras de García Márquez es el ortográfico. Parte del supuesto de que si a él le hiciesen un examen de gramática, le reprobarían «en toda línea».
«Además, mi ortografía me la corrigen los correctores de pruebas. Si fuera un hombre de mala fe diría que ésta es una demostración más de que la gramática no sirve para nada. Sin embargo la justicia es otra: si cometo pocos errores gramaticales es porque he aprendido a escribir leyendo al derecho y al revés a los autores que inventaron la literatura española y a los que siguen inventándola porque aprendieron con aquellos. No hay otra manera de aprender a escribir».
En toda la conversación, el Nobel de Literatura reivindica su papel de escritor y como tal, piensa «más en el sufrimiento de la gente que en la pureza del lenguaje».
«Por eso dije y repito que debería jubilarse la ortografía. Me refiero, por supuesto, a la ortografía vigente, como una consecuencia inmediata de la humanización general de la gramática. No dije que se elimine la letra hache, sino las haches rupestres. Es decir, las que nos vienen de la edad de piedra. No muchas otras, que todavía tienen algún sentido, o alguna función importante, como en la conformación del sonido che, que por fortuna desapareció como letra independiente».
Quizá el mayor escándalo se ha formado con sus propuestas respecto a las bes y las uves, y con los acentos.
Sobre las primeras, dice: «No faltan los cursis de salón o de radio y televisión que pronuncian la be y la ve como labiales o labidentales, al igual que en las otras letras romances. Pero nunca dije que se eliminara una de las dos, sino que señalé el caso con la esperanza de que se busque algún remedio para otro de los más grandes tormentos de la escuela. Tampoco dije que se eliminara la ge o la jota. Juan Ramón Jiménez reemplazó la ge por la jota, cuando sonaba como tal, y no sirvió de nada. Lo que sugerí es más difícil de hacer pero más necesario: que se firme un tratado de límites entre las dos para que se sepa dónde va cada una».
En cuanto los acentos, irónico, explica.
«Creo que lo más conservador que he dicho en mi vida fue lo que dije sobre ellos: pongamos más uso de razón en los acentos escritos . Como están hoy, con perdón de los señores puristas, no tienen ninguna lógica. Y lo único que se está logrando con estas leyes marciales es que los estudiantes odien el idioma».
García Márquez opina que los gramáticos y los escritores son oficios distintos. Su diferente dialéctica es la que ha generado el debate.
«La raíz de esta falsa polémica es que somos los escritores, y no los gramáticos y lingüistas, quienes tenemos el oficio feliz de enfrentarnos y embarrarnos con el lenguaje todos los días de nuestras vidas. Somos los que sufrimos con sus camisas de fuerza y cinturones de castidad. A veces nos asfixiamos, y nos salimos por la tangente con algo que parece arbitrario, o apelamos a la sabiduría callejera».
«Por ejemplo: he dicho en mi discurso que la palabra condoliente no existe. Existen el verbo condoler y el sustantivo doliente , que es el que recibe las condolencias . Pero los que las dan no tienen nombre. Yo lo resolví para mí en El General en su laberinto con una palabra sin inventar: condolientes . Se me ha reprochado también que en tres libros he usado la palabra átimo, que es italiana derivada del latín, pero que no pasó al castellano. Además, en mis últimos seis libros no he usado un sólo adverbio de modo terminado en mente, porque me parecen feos, largos y fáciles, y casi siempre que se eluden se encuentran formas bellas y originales».
El escritor, que está de excelente humor, concluye la conversación de un modo muy expresivo.
«El deber de los escritores no es conservar el lenguaje sino abrirle camino en la historia. Los gramáticos revientan de ira con nuestros desatinos pero los del siglo siguiente los recogen como genialidades de la lengua. De modo que tranquilos todos: no hay pleito. Nos vemos en el tercer milenio».
Y reitera sus palabras de Zacatecas: «Simplifiquemos la gramática antes de que la gramática termine por simplificarnos a nosotros».
Fuente : http://www.mundolatino.org/
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La vuelta al humanismo (Aproximación al pensamiento de Borges )
2 de Enero de 2009 ≈ 7:32
Por Graciela Maturo
Releer a Jorge Luis Borges es siempre un placer, poniendo de lado sus posiciones políticas, sus obstinados rechazos, y en fin la imagen estereotipada que de él nos devuelve el mundo periodístico y publicitario.
Descendiente de militares, añoró y admiró el mundo del coraje, las espadas, el sacrificio. Sintió un profundo amor por la patria, acompañado de una incomprensión obstinada por los cambios sociales del presente. Alicia Jurado, no sospechable de populista, dice de él:
“En un país católico, confiesa su agnosticismo; frente a un pueblo apasionado por el fútbol, se burla de ese deporte…, en un ambiente propenso al nacionalismo, se ríe de esa doctrina; no hay ídolo que no se complazca en destruir ni lugar común que no sea objeto de su sátira” (Jurado,1982).
Y sin embargo, una lectura atenta y leal a toda su obra permite revertir constantemente algunas de esas afirmaciones, por otra parte legítimas y motivadas. Hay en Borges una fe, una cierta tenaz y combatida esperanza. Por mi parte valoro en él ante todo al poeta, que permanece un tanto oculto tras el brillo de su inventiva ficcional y su vuelo como ensayista.
A partir de la captación intuitiva del mundo y del yo que lo contempla, Borges alcanza certidumbres que entran en pugna con su escepticismo crítico, e inducen su progresiva transformación hacia el humanismo que teóricamente impugna. Los últimos tiempos de Borges muestran una conciencia transformada, tocada por un impulso revisionista del propio pasado, próxima a la valoración del sentimiento y el recuerdo.
Yo cometí el peor de los pecados
no ser feliz…
Tal evolución, lejos de invalidar el recorrido de Borges, permite apreciar su calidad de escritor genuino transformado por su propio instrumento, la palabra. No todo es duda, ironía y criticismo en nuestro escritor. Filósofos europeos como Foucault, Derrida, Vattimo, que contribuyeron al relanzamiento y difusión mundial de su nombre, captaron de él sólo algunos aspectos que coinciden con la atmósfera finisecular europea, proyectando una imagen posmodernista, light, descomprometida. No han sido capaces de apreciar en el pensamiento de Borges gérmenes constructivos coincidentes con una tradición hispánica y americana que por momentos desdeñó, y que se afirma en la identidad humanista.
El ensayo, modo libre y creador de conformar el pensamiento, debía ser necesariamente un cauce expresivo predilecto de Borges. Diverso de las tesis y las monografías que a veces usurpan su nombre, el ensayo acoge a menudo una tesis y su contraria.
Esta característica dialógica y dubitativa pero en el fondo fiel a una búsqueda de conocimiento es típica de Jorge Luis Borges; a veces desarrolla una determinada teoría confesando no creer en ella, otras contrapone y estudia mayéuticamente posiciones distintas. El género mantiene en él su carácter de imprevisible partitura, habitada por un yo sentiente y opinante que se esconde y se muestra entre las líneas de la página. El ensayo es en Borges casi contemporáneo de sus versos, y por lo tanto un género inicial. A Fervor de Buenos Aires, publicado en 1923 le sigue un tomo de ensayos: Inquisiciones, 1925. En este mismo año se publica Luna de Enfrente y al siguiente El Tamaño de mi esperanza. Estos volúmenes de ensayos, como se sabe, fueron excluidos de futuras ediciones del género. En 1930 publica Borges su Evaristo Carriego; en 1932 Discusión; en 1936 Historia de la eternidad; en el ‘47 Nueva refutación del tiempo. Aspectos de la literatura gauchesca vio la luz en el ‘50. Otras inquisiciones en 1952. Les seguirán Elogio de la sombra, 1969, El otro, el mismo, de igual fecha, entre otros títulos.
El propio Borges negaba ser un filósofo, un pensador sistemático. Sus ensayos acogen lo ficcional, lo conjetural, lo autobiográfico, al mismo tiempo que ciertas demostraciones teóricas siempre tratadas con ironía. Platón, Avicena, Berkeley, Hume, Schopenhauer, Nietzsche, le prestaron sutiles razonamientos. El tiempo y la eternidad, el infinito, Dios, la realidad o irrealidad del mundo, la muerte, la identidad, son temas reiterados en la obra borgeana, que plantea en forma recurrente algunos tópicos: el tiempo ha transcurrido ya y sólo lo recordamos; la historia es la escritura de un Dios: todos los seres son uno solo; existen vidas paralelas en la vigilia y el sueño; el destino personal es ineludible, está preestablecido.
Tanto el mundo de sus cuentos como el de sus ensayos, a veces colindantes o entremezclados, abundan en referencias a la palabra, la literatura, los nombres, los arquetipos. Atraviesan sus obras imágenes pregnantes: espejos, laberintos, bibliotecas. El tigre, imagen de una belleza salvaje y ajena a la distinción entre el bien y el mal, es una obsesión de Borges. También la noche, símbolo de lo arcano e impenetrable. Borges estuvo preocupado por el tema del tiempo, que no es sólo una abstracción filosófica, sino una dimensión relativa a nuestra propia finitud. Las aporías de la razón se ponen de manifiesto en torno a este problema, pues el tiempo es irracional. Su oscura entidad, dramáticamente perceptible en la desaparición de los seres amados, en la pérdida de los objetos, en la destrucción de la materia y la corporalidad, no es abarcable por el pensamiento que piensa el ser, la sustancia, la inmutabilidad. Borges acomete una y otra vez la refutación del tiempo, en un combate donde su propia posición queda siempre escindida. Aquello que su razón y su voluntad conjuran es aceptado dolorosamente por su intuición poética. En Nueva refutación del tiempo afirma: “He divisado o presentido una refutación del tiempo de la que yo mismo descreo”… Las ideas de este ensayo son las que impregnan toda su obra. Se propone invalidar la sucesión mostrando la duplicación de impresiones en la mente. Es posible que ello produzca un tiempo circular, pero éste es también reductible a un solo punto, tanto como la sucesión lineal.
Otra forma de refutar el tiempo es el presente, como lo enseña la fenomenología.
Evidentemente, Borges asimiló en sus años juveniles la atmósfera vanguardista, deudora de Husserl y de Einstein. El tiempo, se planteaba, podía ser divisible o indivisible, pero en ambos casos se invalida a sí mismo. Otra pregunta de Borges se refiere al carácter mental del tiempo, y al misterio de que pueda ser compartido por muchos. Sólo podría explicarse esto por una fuerza exterior que Borges rechaza. Otra forma posible sería que el tiempo esté en un solo punto.
Thorpe Running recuerda una experiencia personal declarada por Borges. Con diferencia de treinta años tuvo una impresión idéntica: se sintió muerto y percibiendo la eternidad. ¿Se trata de dos experiencias idénticas o, como postula, es la misma? Otro ensayo similar es “El tiempo circular”, recorrido por 3 teorías: la primera es la del año de Platón, que dice que las entidades celestiales y todo lo que se encuentra en ellas vuelve cada año a su estado anterior. La segunda es la de Nietzsche, Le Bon y Blanqui, la de la prueba algebraica de que el mundo está compuesto por un número finito de partículas en un tiempo infinito. La tercera es la de ciclos parecidos, y para Borges la única imaginable. La única realidad sería la del presente, sostenida por Marco Aurelio. Las experiencias serían análogas, no idénticas. (Thorpe Running, 1969)
Pero sus especulaciones y juegos intelectuales no borran en Borges la marca de su pertenencia a la patria, su sentimiento juvenil de adhesión al barrio, su admiración por un poeta popular como Evaristo Carriego, su amor por su propia estirpe, su pasión por la historia nacional.
Acaso el momento culminante de fervor nacional lo expresa su libro El tamaño de mi esperanza, publicado en 1926 y luego omitido en ediciones de sus obras. El irigoyenismo llevaba a la práctica una aplicación del sentir de un grupo de intelectuales congregados en torno de algunas revistas. La más célebre, no en vano llevó el nombre de nuestro poema más polémico y revulsivo en el siglo pasado: Martín Fierro. El meridiano intelectual de la hispanidad, sostuvieron los martinfierristas, pasaba por Buenos Aires. Defendían de nuevo, como los románticos, la legitimidad de un idioma propio. Se entusiasmaban con la búsqueda de figuras y arquetipos argentinos. Apostaban a la esperanza.
“A los criollos les quiero hablar: a los hombres que en esta tierra se sienten vivir y morir, no a los que creen que el sol y la luna están en Europa. Tierra de desterrados natos es ésta, de nostalgiosos de lo lejano y ajeno: ellos son los gringos de veras, autorícelo o no su sangre, y con ellos no habla mi pluma. Quiero conversar con los otros, con los muchachos querencieros y nuestros que no le achican la realidá a este país. Mi argumento de hoy es la patria: lo que hay en ella de presente, de pasado y de venidero. Y conste que lo venidero nunca se anima a ser presente del todo sin antes ensayarse y que ese ensayo es la esperanza”.
Un libro a mi juicio muy importante en la trayectoria de Borges es el que dedica a Evaristo Carriego, publicado en 1930. Esta obra permite asegurar el interés de Borges en lo nacional, y en la cultura popular que a veces tanto negó. El autor de Ficciones descubre en este poeta barrial la presencia de temas y planteos que él mismo fue profundizando. La página inicial del libro declara:
“Pienso que el nombre de Evaristo Carriego pertenecerá a la ecclesia visibilis de nuestras letras, cuyas instituciones piadosas -cursos de declamación, antologías, historias de la literatura nacional- contarán definitivamente con él. Pienso también que pertenecerá a la más verdadera y reservada ecclesia invisibilis, a la dispersa comunidad de los justos, y que esa mejor inclusión no se deberá a la fracción de llanto de su palabra. He procurado razonar esos pareceres”.
El cuento de Carriego “El truco” se cuenta en la génesis de un poema de Borges del mismo nombre, incluido en Fervor de Buenos Aires. El juego aparece en ambos como repetición, circularidad, presente que desafía el devenir. Son todas formas de anular el fluir del tiempo, al menos teóricamente, tal como lo propone “El milagro secreto”. Admitir el tiempo es reconocerse el hombre como criatura finita. La refutación del tiempo no anula en Borges esa dimensión, sólo le contrapone posibilidades teóricas que adquieren en el autor el carácter de una teología posible.
Cabe pensar que la historia, con su dramática frustración del proyecto inmediato, cortó en los años 30 el ímpetu esperanzado de muchos de los hombres de la generación de Borges, y también de otros mayores. Pero no sería justo entender que esta soterrada convicción o apuesta al sentido desaparece totalmente del pensamiento borgeano.
Desde luego es en la poesía, como en la narrativa, donde nos es posible reconocer asimismo la filosofía de Jorge Luis Borges. En su manifiesto juvenil ultraista, Borges proponía la abolición de palabras como misterio, azul, infinito, que tipifican la vocación trascendente del poeta romántico. Pretendía una poesía intelectual, rigurosa, construida sobre la abolición del sujeto, el confesionalismo, la afectividad. Pero el examen de su trayectoria poética muestra que aquel fue sólo un momento extremo y una apuesta teórica no cumplida.
Borges retorna a la poesía con El hacedor. En su expresión aparece un dialogismo básico: el poeta que apunta más y más a la condensación afectiva de la imagen, y el “otro”, el crítico implacable, que vuelca la afectividad hacia un plano irónico, a partir de una toma de distancia.
Para Jaime Rest, Borges sería un nominalista negador del sentido del universo, defensor de la pura eficacia de los signos. Para Juan Nuño en cambio su filosofía se enmarca en un platonismo que lo conecta con la tradición metafísica. En esta misma dirección apunta Serge Champeau, a quien vimos recientemente comentado por el profesor Guillermo L. Porrini.
Champeau descubre en la obra de Jorge Luis Borges ciertas líneas de sentido que lo acercarían a la fenomenología de Heidegger y Merleau Ponty, sin que esta relación debilite su entronque con el neoplatonismo y con Schopenhauer, conocido a través de Macedonio Fernández. En Borges, dice Champeau, hay un deseo metafísico de ver y encontrar el ser. Neoplatónicos son ensayos como El Ruiseñor de Keats, o El Congreso, donde la imagen, la representación, es escala hacia el ser y no mera copia. Es este un punto clave de discusión en la obra del escritor.
Para Champeau el más alto nivel filosófico de Borges se alcanzaría en una fenomenología trascendental. Su obra sería la descripción del modo que tiene la conciencia de donarse a sí misma en el acto imaginario. No sería una identificación con la estética romántica, de fundamento metafísico, sino una valorización filosófica del acto poético y la instauración de una ética-estética, a la manera de Schopenhauer. Esa ética- estética se va configurando dentro de un ritmo contradictorio, que afirma la finitud y la inmortalidad, la multiplicidad y la unidad. (V. Porrini, comunicación citada)
Podría decirse que en su conjunto, la obra de Borges va perfilando un pensamiento humanista, ajeno al escepticismo total. Su admiración juvenil por Carriego no sería sólo un momento pasajero de su historia, sino una pulsión permanente que lo liga cada vez más a una visión humanista y aún religiosa del mundo y de la vida. Una profundización fenomenológica en la obra total de Borges puede descubrir en ella una creciente emergencia del ethos, una valoración del arte como escala del ser, y una defensa del poetizar como vía del conocimiento.
Bibliografía
Alvarez, Carlos Cabrera: “El tiempo metafísico: Jorge Luis Borges”, en Tiempo y literatura, Ediciones del Instituto Amigos del Libro Argentino, Buenos Aires, 1971.
Borges, Jorge Luis: Obras completas. Editorial Emecé, Buenos Aires.
Champeau, Serge: Borges et la métaphysique, Paris, Vrin, 1990.
Jurado, Alicia: Prólogo a Páginas escogidas de Jorge Luis Borges. Celtia, Barcelona, 1982.
Nuño, Juan: La filosofía de Borges, México, 1986.
Porrini, Guillermo L.: “Una interpretación de Jorge Luis Borges”. Comunicación a las VII Jornadas de Fenomenología y Hermenéutica, Buenos Aires, 1996.
Rest, Jaime: El laberinto del universo, Buenos Aires, 1976.
Running, Thorpe: “Borges y el problema del tiempo”. En Abside XXXII, 2, 1969.
Fuente : http://www.agendadereflexion.com.ar/
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Sábados con citas 11 Hoy Macedonio Fernández
Teosubversión de Monjaguerrillera
Citas tomadas del libro:
"Papeles de Reciénvenido" de Macedonio Fernández
A veces se pierde la vida en un incidente, siendo la vida útil y los incidentes inútiles. Mejor es seguir practicando la longevidad, como lo hago yo desde la niñez, porque si bien la muerte mejora la reputación de las personas...Supongamos que yo (adoptemos la hipótesis en primera persona) he perdido o no un bastón. Si usted por ejemplo (adopte usted la hipótesis; es justo que usted también sea obsequiado con supuestos) presumimos que es mezclado con el pavimento por un automóvil... Noto que usted es moroso en calzarse la hipótesis que le he brindado. Mientras espero que se la pruebe, lector, para ganar tiempo me ocuparé de otra cosa…Hace cinco años conocía a la mamá de un amigo rosarino y vine a saber que... No lea tan rápido, mi lector, que no alcanzo con mi escritura adonde está usted leyendo. Va a suceder si seguimos así que nos van a multar la velocidad. Por ahora no escribo nada; acostúmbrese. Cuando recomience se notará. He aquí un prólogo cuya continuación depende del lector; se lo abandono.Por diminuto que sea un trabajo debe empezar. Pero los Directores no lo entienden así; no pueden ver que un artículo empiece. Es un alarmismo tal que sólo se tranquilizan de que no será largo si uno les promete no comenzarlo. Todo lo que puedo es empezarlos cortos. En este esfuerzo he logrado hacer de mis primeros cuatro renglones una reconocida notoriedad de brevedad. Nuestro autor es verdaderamente incógnito; si no fuera que Shakespeare tiene ya con quien se le confunda, sería una satisfacción ofrecérselo para ese propósito. La lectura de sus obras no nos procura base para juzgar sus talentos de escritor; ignoramos siempre si cumplía años, si nació disgustado, si mejoraba de las enfermedades o moría cada vez; si su vida se prolongó hasta el fin de sus días o pudo la ciencia hacerla concluir antes.Si se llega a saber que algo más puede ignorarse de él, nos apresuraremos -hágase a un lado, lector, que podemos atropellarlo- a comunicarlo; no consentiremos que se nos supere en la ignorancia que nos hemos labrado pacientemente a su respecto ni en la prontitud en difundirla. Yo caí. fui derribado por el golpe de la orilla de la vereda; sin embargo, no necesitaba ya serlo, pues mi cabeza salió a recibir el golpe yéndose al suelo. Caí; fue en ese momento que me encontré en el suelo. Ninguna persona había.-¡Estaba yo! -Y yo.El dolor que sentía en aquel de los hombros arriba del cual pende una oreja no era de muelas ni de la primera dentición sino del primer uso de la palabra. A mí me parecía que una vereda completa de las de frente a Plaza Congreso me había acertado en la clavícula. Si yo hubiera podido encontrar un reemplazante instantáneo de mí un segundo antes del golpe... Pero estos reemplazantes, suplentes, que todo quejosos se inscriben para las vacantes, no aparecen cuando se los busca para ayudarlos.Hubiera dado cualquier distancia para no estar allí y a ratos sospechaba haberme caído detalladamente cuatro metros seguidos desde una azotea, sin saltear ninguno. He notado que por fuera todos los pisos son corridos.El suelo no cae encima: es el mejor adorno de una casa y por eso en la Antigüedad, tiempo de las cosas bien hechas, se colocaba un suelo a los edificios haciendo juego con el techo y en dirección opuesta, de manera que el que penetrara -los edificios no son impenetrables- en ellos, tenía el gusto de ignorar continuamente si había puesto los pies -el cojo Agesilao ponía un pie y una muleta, y se le perdonaba cojear porque se había hecho querer- en el cielo raso o en el piso.La rapidez con que se improvisa una concurrencia en redor de un asesinado, robado o derribado, evidencia el esfuerzo de amor propio con que la población quisiera demostrarse superior en ligereza de piernas a la víctima. En una caída de tres metros el piso llega demasiado tarde y daría tiempo al público para llegar antes del accidente, que es lo que merece una ciudad como Buenos Aires, pues es descrédito para una metrópoli de canillitas y futbolistas que cualquier común accidentado los supere en agilidad y llegue siempre al lugar antes.Esfuércense, por lo menos, en ser un público de las caídas que llegue antes que el suelo. Inmediatamente ustedes que lo esperaban le dirán lisonjeándolo merecidamente:-Crea usted, señor, que es la única persona que ha conseguido quebrarse una pierna en el metro cuadrado donde usted está. Muchos lo han intentado y nos han hecho esperar repetidamente, sin conseguirlo. Es admirable cómo de una vereda tan baja, en un suelo tan escaso y con una pierna tan pequeña, ha conseguido una cojera tan completa y durable.No me pregunten ahora el por qué los comisarios más abusivos siempre se abstuvieron de llevar presa a ninguna estatua, que viven en las plazas como los vagabundos, ostentando el mal ejemplo de su holgazanería. Aborrezco las estatuas: casi siempre son hombres con sobretodo griego, o amplia levita de mármol. Si absurdo suele ser el traje actual del varón, esos botones y trencillas de mármol, ese trozo gruesísimo de mármol que simula los faldones levantados levemente por la brisa, son intolerables, y todo para que un hombre esté allí asegurándonos con su mano y su boca que nos va a decir cosas elocuentes y no se le oye en todo el día.En Buenos Aires, que estima inverosímil haber vivido hasta los treinta o cuarenta sin conocerla, por lo que hay que sacarse pronto la recienvenidez tardía, todo el primera vez llegado, que conoce en los semblantes el mal gusto del no haber nacido en ella, se apresura a dar una instruidísima conferencia sobre "La Argentina y los argentinos" tres días después de desembarcado. Esto da resultado; se comprende que conferencia tan pronta y con tal tema no es la colosal fatuidad y entrometimiento ignorante que suele sospecharse, sino la ansiedad por quitarse cuanto antes la pátina de recienvenidez. Ser recienvenido en Buenos Aires ni por un momento se perdona; es como insolencia.Soy el marido 'sintético'. Los hombres por síntesis, como yo, estudiamos las importantes pequeñeces que el hombre por alumbramiento (y otros detalles) desdeña. Además, como lo habrán advertido, no soy el Hombre Invisible sino, al contrario, el Hombre Evidente, algo más raro, útil y difícil.Todos los que tienen latente vocación para verdugos de ahorcamiento se alistan inmediatamente ante tu corbata desanudada y te piden que te entregues, con atlético gesto se apoderan de los extremos de la corbata y te la arreglan, desarreglando algo también. Y, sin embargo, la indemnidad contra los ahorcamientos es un seguro de la longevidad. Sobrevivir a una corbata mal anudada es el método de la larga vida.No sé si por algunos excesos de conducta o por observancias poco estrictas en mi régimen de vida cumpliré en breve cincuenta años. No lo he efectuado antes porque cada vez que impacienté el tiempo, adelantan¬do algún acontecimiento, me cambiaron uno bueno por uno malo. La elección de un día invariable de cumpleaños me ha permitido conocerlo tan bien que aun con los ojos vendados cumpliría mi aniversario.El anuncio de mi próximo aniversario va encaminado a incitar a los cronistas sociales para recordarme con encomios. 'Nadie como el señor R. ha cumplido tan pronto los cincuenta años'; o bien 'A pesar de que esto le sucedía por primera vez cumplió su medio siglo el apreciado caballero como si siempre lo hubiera hecho'. Alguien dirá con algún desdén: 'Con la higiene y la ciencia moderna, quién no tiene hoy cincuenta años'. 'A su edad no tenía mucho que elegir'. En fin, lo cierto es que nunca he cumplido tantos años en un solo día. Nací el 14 de octubre de 1875 y desde este desarreglo empezó para mí un continuo vivir. Pensando en ello en mitad de los rieles del tranvía, iba yo a redondear teóricamente un procedimiento automático para limitar la prestación del fuego de los cigarrillos que me había encargado la 'Compañía de Fósforos ya Raspados', cuando sin ninguna dificultad un coche motor me embistió cerca, pronto y todo. Como yo no abandono un pensamiento tan adelantado, media hora después salía de la Asistencia con mi invento completo y vendado. No interrumpí tampoco mi cumpleaños, que era ese día. Conducido por un amigo a su casa de familia, festejábase en ella el onomástico de la mamá; y tanto fue lo que se conversó que la señora y yo vinimos a entender por qué el día de nuestro aniversario nos había parecido siempre tan estrecho, a causa de que lo ocupábamos dos personas con el mismo suceso. Varios parientes de personas ignoradas me han requerido para biografiar a éstas. Pero a menudo sus estimadas órdenes llegan deficientes en datos acerca de las personalidades de existencia y parentesco con ellos ignorados, y debo prevenir en general que aunque muy gustoso sólo podré satisfacer sus pedidos si, como mínimo, se me concreta el dato del lugar y fecha en que no se supo que existieran. Así no correré el riesgo de confundir un desconocido con otro. De otra manera con un sólo desconocido tendría para todos los solicitantes.No es menos cierto que existen insomnios que afectan al mismo tiempo la facultad de dormir y la de estar despierto; y, lo digo con toda la seriedad del hombre durmiendo, para elegir entre dos coqueterías, óptese por la peculiaridad de ser un gran dormilón, porque es factible aparentar dormir -aunque fatigoso-, y no es fácil aparentar estar despierto.Cuando un día anterior es precedido de un siguiente, contando desde adelante, ocurre una separación entre los dos practicada mediante una noche, intervalo de faroles, tropezones y comisarías, que muchas personas ocupan en preparar un conversación sobre insomnio, para las personas de su familia; hay quienes hasta durmiendo piensan en los suyos.En todas las ciudades, aunque nadie lo haya gestionado, hay un abogado más alto de estatura que los otros; pero en Buenos Aires, donde el suelo muy bajo favorece las estaturas, hay el abogado más alto del mundo, gran amigo mío y muy buen compañero, es decir, hasta la altura de los hombros, que es hasta donde lo conozco y soy su amigo. Es un caballero y debe ser bueno, aunque yo no lo acompañe, en la demasía hacia arriba. Es tan alto que podría su cabeza tropezar con su propio sombrero puesto. Pero no se dude por esto de que con los pies llega hasta el suelo, como me lo han preguntado algunos; es allí en el suelo donde comienza nuestra amistad y la posibilidad de entendemos. Citas del libro: "Papeles de Reciénvenido"de Macedonio Fernández Otros libros de Macedonio Fernández:-No todo es vigilia la de los ojos abiertos.-Adriana Buenos Aires-Epistolario
Abriendo puertas en: Macedonio Fernandez, Sabados con citas
1 Completaron la entrada con algo interesante:
Monjaguerrillera dijo...
Sí, yo sí tengo sentido del humor.No parece que el humor también deba ser pensando ¿no?Ya lo sabía Macedonio Fernández de antemano.
Teosubversión
Monja Guerrillera"Oyeron que fue dicho, pero les digo que..."La Cruz es la teosubversión por el constante camino de la crisis.
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Sábado, 24 de Enero de 20009 /
Cosmologia: teorias acerca del tiempo y el espacio
La metafísica del gran rebote universal
Ultimamente se difundió la teoría de los bucles, que extiende la historia del Universo hasta más allá del Big Bang, al que propone sólo como el rebote de un Universo anterior que se contrajo tanto como el nuestro ahora se expande. Claro que, para sostener esa teoría, hay que suponer que el espacio y el tiempo son tan discontinuos como los campos que propone la mecánica cuántica, en contra de la percepción que Newton impuso –e impulsó– hace tres siglos y medio.
Por Matias Alinovi
LA IDEA ES QUE EL ESPACIO ES UNA SUERTE DE CONTENEDOR VACIO EN EL QUE LA MATERIA ESTA EN MOVIMIENTO.
A esta altura de la posteridad centenaria de las ideas de Einstein y de Schrödinger –o de Planck, o de Heisenberg, o de cualquiera de los precursores de la mecánica cuántica–, el desarrollo de una teoría unificada que supere, incorporando a ambas, la ignorancia mutua que las dos visiones del mundo parecen prodigarse –esa ignorancia que permite a cada una operar en su ámbito, en lo minúsculo y lo inmenso, en lo infinitesimalmente discreto y lo infinitamente continuo–, va convirtiéndose en una suerte de metafísica algebraica. Una disciplina afecta a las aseveraciones más conjeturales sobre el origen del tiempo y la materia nacidas en las necesidades operativas del cálculo.
Toda conjetura científica procede de la peripecia de los cálculos. Que el Universo haya estallado a partir de un punto, o que sea el rebote de incalculables historias anteriores, constituye una interpretación de desarrollos matemáticos complejos, tentativos. Una interpretación a veces inmoderada, apresuradamente metafísica.
Operativamente, esos desarrollos matemáticos están guiados por la necesidad de evitar las singularidades de las ecuaciones, aquellos puntos en que las variables se disparan hacia el infinito. La gran singularidad, la del principio. Si la Teoría General de la Relatividad establece que el Universo comenzó en una explosión, en el primer momento toda la materia habría estado concentrada en un punto de densidad infinita; densidad infinita y volumen cero. La teoría que predice esa explosión es incapaz, sin embargo, de operar matemáticamente con la singularidad; las ecuaciones divergen (es decir, se disparan para el infinito). Para entender qué sucedió en ese momento, en ese lugar, la física necesita una teoría cuántica de la gravedad, la tan mentada Teoría Unificada.
Uno de los candidatos a teoría unificada es la gravedad cuántica de bucles, un desarrollo teórico que comenzó hace algo más de veinte años con los trabajos precursores de Abhay Ashtekar, de Lee Smolin, de Carlo Rovelli. Ultimamente, fieles a una tradición, los teóricos de los bucles han adelantado conjeturas sorprendentes sobre el principio –o el “no principio”– de los tiempos. Conceptualmente más interesante es, quizás, el hecho de que propugnen la abolición del tiempo y del espacio; que se presenten como los epígonos de una concepción griega abandonada a partir de Newton.
BUCLES ERAN LOS DE ANTES
Carlo Rovelli suele recordar que los antiguos griegos sostenían dos nociones distintas del espacio: como entidad y como relación. Como entidad, no hay mucho que explicar. Es la imagen del mundo de los atomistas, de Demócrito, de Leucipo. La idea es que el espacio es una suerte de contenedor vacío en el que la materia está en movimiento. Un gran vacío, con átomos que se mueven: el mundo. Imagen familiar para nosotros.
Pensar el espacio como relación es considerar, en cambio, que la extensión es creada por los objetos. Pensar que si uno quitara los objetos que constituyen el mundo, entonces no quedaría nada. Nada quiere decir ni siquiera el espacio. De acuerdo con esa visión, el vacío no existe y el espacio es una propiedad de la materia. Esa noción antigua del espacio como relación es también la de Aristóteles y la de Descartes.
Con el tiempo, sin embargo, esa idea del espacio, habitual en la Grecia antigua, cambió, decayó, y el cambio constituyó una revolución conceptual. Newton recuperó para la ciencia de su época, y para la nuestra, la concepción atomista del espacio. Introdujo la idea de un espacio de referencia que perdura más allá de los objetos.
A partir de resultados anteriores –de Copérnico, de Kepler, de Galileo–, Newton desarrolló un sistema explicativo del mundo en el que los objetos se movían bajo la acción de fuerzas, que determinaban su aceleración, es decir, el cambio de magnitud o de dirección de su velocidad. Ahora bien, ¿cambio con respecto a qué? Con respecto a un espacio rígido, sólido, uniforme, indiferente a la existencia de la materia; el espacio que los atomistas ya postulaban. Tres siglos de newtonianismo nos tienen perfectamente acostumbrados a esas ideas.
DE LA DISCRECION DEL CAMPO
Pero en el siglo XIX, Michael Faraday, un físico británico, se aplicó al estudio de las fuerzas eléctricas y al hacerlo introdujo un nuevo cambio conceptual en el espacio, que pudo parecer intrascendente, pero que rápidamente demostró un poder reduccionista avasallante. Las cargas eléctricas parecían atraerse, o repelerse, ejerciendo una acción a distancia. Faraday prefirió pensar que la responsable de aquellas fuerzas era una entidad misteriosa que lo ocupaba todo. La imaginó hecha de infinitas líneas (entre dos líneas siempre hay otra). James Maxwell, un físico escocés, reemplazó las líneas de Faraday dibujando en cada punto un vector tangente y escribió ecuaciones para aquella cantidad artificiosa, a la que llamó campo eléctrico, que la consolidaron como entidad ubicua.
Lícitamente, uno podría pensar que el trámite era arbitrario, que procedía de la fantasía de Faraday y de la fiebre tangencial de Maxwell. Pero ocurrió que aquellas ecuaciones, que describían la dinámica del campo –el nuevo objeto no era estático, se movía, cambiaba en el tiempo– predecían unas ondulaciones. Maxwell identificó aquellas ondulaciones con la luz y del modo más inesperado obtuvo una teoría completa sobre su misterio: la luz era una ondulación del campo eléctrico. Esa identificación inaudita condujo al desarrollo de una tecnología ingente, que confirmó del modo más definitivo la pertinencia del campo: apareció Hertz, y la radio, y todo el variado dominio de las radiaciones. Pero entonces, ¿existía un campo? ¿Una entidad oscilante que lo ocupaba todo? La imagen del mundo cambiaba. No sólo había partículas moviéndose en un espacio rígido; también había campos ondulatorios.
Unas décadas más tarde, cuando Einstein se prepara para esbozar sus leyes sobre la gravitación, tiene a la vista el ejemplo de Maxwell. Entiende, acertadamente, que debe existir, también, un campo gravitatorio, responsable de la atracción entre los objetos masivos, el equivalente del campo eléctrico para las cargas. Einstein escribe ecuaciones para ese campo y al hacerlo alcanza un descubrimiento intuitivo, equivalente al de Maxwell: entiende que el campo gravitatorio efectivamente existe, pero que no debe agregarse a la realidad, como antes el eléctrico, sino que debe identificarse con aquel objeto conceptual introducido por Newton: el espacio.
La estructura básica respecto de la cual se definía la aceleración, eso era el campo gravitatorio. Lo que podía decirse de otro modo: no había espacio, sólo había campo. La estructura rígida de Newton, y de los atomistas, no existía, era artificiosa. Y también existían ondas gravitatorias, las ondulaciones del espacio.
Pero la Relatividad General no fue la única revolución conceptual del siglo XX; existió otra, la cuántica. Si Einstein revolucionó el espacio (y el tiempo), la cuántica revolucionó la materia. Enseñó que no existe una diferencia neta entre partículas, por un lado, y campos, por el otro. Más bien existe una dualidad: las partículas a veces se manifiestan como partículas, y a veces como ondas. Y los campos no son continuos, sino discretos. En definitiva, el poder reduccionista del concepto introducido por Faraday permite pensar la realidad como una superposición de campos discretos.
LA UNIFICACION
Después de cien años, ni la Relatividad General ni la mecánica cuántica están ya en la frontera del conocimiento: ambas teorías son confiables porque funcionan, es decir, existe una tecnología que indirectamente las valida, las avala. Y sin embargo, cada una está pensada de manera independiente, como si la otra no existiera: la relatividad postula campos continuos, la cuántica campos discretos, con un tiempo clásico.
¿Cómo podrían unificarse ambas teorías? Los teóricos de los bucles creen ver la respuesta hipotética en la lección de la historia: si la Relatividad General establece que el espacio es, en realidad, un campo físico, y la mecánica cuántica establece que todo campo físico presenta una estructura discreta, una afirmación junto a la otra sugiere que la teoría que las una deberá postular un espacio –un campo gravitatorio–, con una estructura discreta. Técnicamente, que hay que cuantizar –discretizar– el espacio.
La cosa no es fácil, y el ejercicio ha llevado décadas. Pero a través de la tecnología físicomatemática propia de la mecánica cuántica, los teóricos de los bucles afirman ahora que han develado la estructura del espacio a pequeña escala. Y que de acuerdo con sus ecuaciones, el espacio no está constituido por partículas, como podría esperarse, sino por unos objetos unidimensionales, por líneas, que no serían otra cosa que el equivalente espacial, gravitatorio, de las líneas de Faraday. Salvo que son discretas. Es decir, si las líneas de Faraday eran infinitas porque expresaban la supuesta continuidad del campo eléctrico, las líneas cuánticas del espacio son discretas. Cada línea tiene una dimensión física, que es del orden de la escala de Planck, es decir, del orden de los 10-35 metros.
Carlo Rovelli lo explica de este modo: “El espacio es muy similar a una tela, tejida de líneas, de hilos. La imagen del espacio que surge de las ecuaciones es la de un espacio tejido por estructuras unidimensionales, que, de no existir masas alrededor, se cierran sobre sí mismas; es decir, que forman bucles. De ahí la expresión gravedad cuántica de bucles. Bucles, líneas cerradas de Faraday, físicas, verdaderas. El espacio está formado por un número finito de líneas. La tela puede ser una imagen bidimensional del espacio. Para hacerse una imagen tridimensional, hay que pensar en una red de anillos”.
LAS CONJETURAS
En octubre del 2008, Martin Bojowald, que se presenta como el investigador preponderante en el ámbito de las implicaciones cosmológicas de la gravedad cuántica de bucles, publicó en Scientific American un artículo de divulgación: “¿Big Bang or Big Bounce (rebote)?: New Theory on the Universe’s Birth”. Allí Bojowald explica que, según la división del espacio en átomos –en átomos de espacio– que propone la gravedad cuántica, el espacio posee una capacidad finita para albergar materia y energía –el volumen del espacio no puede ser cero, sino que tiene, a lo sumo, la dimensión finita de los bucles–. Es decir, los bucles evitan los infinitos de las ecuaciones por el expediente simple de impedir el espacio cero.
Ahora bien, si el Big Bang ya no constituye una singularidad, si ahora la densidad no diverge en ese punto, el tiempo, conjetura Bojowald, debe haberse extendido más allá de ese momento. “Debe haber existido –dice– un Universo anterior a la explosión, que sufrió una implosión catastrófica, que alcanzó un punto de máxima densidad, y que luego comenzó a expandirse.” Una densidad más bien grande: de acuerdo con el modelo de los bucles, el equivalente de la masa de un trillón de soles en una región del tamaño de un protón. Alcanzada esa densidad, la fuerza de gravedad se habría vuelto repulsiva, dando lugar a la expansión del Universo, que la inercia ha hecho prosperar hasta nuestros días. “En conclusión –dice Bojowald–, una gran implosión condujo a un gran rebote, y de allí a una gran explosión.”
En un artículo aún más reciente, de la revista New Scientist, Abhay Ashtekar relata el momento en el que, observando una simulación matemática que corría hacia atrás en el tiempo, vio cómo esa simulación del cosmos, que él mismo había elaborado, rebotaba y comenzaba a expandirse de nuevo.
En conclusión, según los teóricos del bucle, la cuantización del espacio predice que el tiempo se extiende más allá del Big Bang, más allá de la explosión original prevista por la Relatividad General, y que nuestro Universo proviene del colapso de otro Universo. Que existió, antes de éste, un Universo que sufrió una implosión catastrófica, que alcanzó un punto de máxima densidad y que a partir de allí comenzó a expandirse nuestra realidad. La metafísica del rebote universal.
Fuente : http://www.pagina12.com.ar/
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Prólogo a "Dinero", de Miguel Brieva
Walt Disney y los terroristas suicidas
Santiago Alba Rico
Rebelión.
"Dinero", de Miguel Brieva (Random House Mondadori, Barcelona 2008).
Hay básicamente dos formas de reírse y dos fuentes distintas de comicidad. A la segunda la llamamos gag . El gag forma parte de la tradición humorística y teatral, especialmente circense, y define algo así como una unidad cerrada de hilaridad pura: tiene que ver con el gusto muy infantil y muy primitivo por la sorpresa desintegradora, por el desorden irrumpiente, con el placer muy instintivo de que las cosas se salgan de su sitio, caigan o se desplomen inesperadamente, descarrilen fuera de su curso natural liberando una cadena causal -las fichas de dominó derribadas en fila- a contrapelo de la estabilidad convencional. Más o menos simple o más o menos elaborado (la silla rota que desbarata la solemnidad del payaso “listo” o la traca de torpezas de Peter Sellers en El Guateque), el gag agota en sí mismo, y en su repetición ilimitada, toda su potencia expresiva.
Nos toca y abrimos la boca; nos golpea y sonamos , como un tambor o una campanilla; y si no nos cansa nunca es precisamente porque lo hace todo él, sin necesidad de que nosotros pongamos otra cosa que nuestro cuerpo. Si el arte es la posibilidad -según Kant- de pensar al margen del concepto, el “gag” es la obligación de reírse sin mediación racional o narrativa: una especie de “universal” de las vísceras ante el que rendimos una y otra vez, con ruido de sonajero, todo lo que hemos aprendido y todo lo que hemos experimentado.
No hay nada malo, sino al contrario, en responder con cuerpo de niño a un desorden indoloro (en desencajarse de vez en cuando del orden severo de la historia y la naturaleza), pero esta obligación de reírse sin razón, al margen del mundo, se ha convertido hoy en la ley misma que organiza nuestra percepción y eso hasta el punto de que lo que no comparece bajo la forma de gag ni nos compromete ni nos conmueve. Sólo los estímulos que inducen en nuestro cuerpo una respuesta mecánica, sólo los que nos arrancan -con una carcajada o una emoción atómica- del mundo común nos interpelan y nos excitan. Es lo que llamamos equivocadamente “el triunfo de la imagen” para describir una experiencia caleidoscópica construida a base de golosinas visuales cuyos residuos diurnos (el dolor, la miseria, la muerte) no nos incumben. El gag más reciente, el gag paradigmático al que tratan en vano de imitar todos los autores y todos los generos -lo he dicho otras veces- es el de las Torres Gemelas de Nueva York: cayeron de un modo al mismo tiempo tan increíble y tan familiar que sus 2.500 muertos apenas mancillaron el espectáculo. Puede que algunos, en Palestina o en Pakistán, contemplaran la escena como la inversión vindicativa del relato imperialista y se alegraran del golpe con rabia de revancha, pero los demás reaccionamos, en Madrid e incluso en Washington, de un modo menos elaborado, por debajo de toda ideología y antes de toda reflexión: sencillamente disfrutamos muchísimo. Técnicamente fue un gag tan bueno que un placer superior sólo podrá ya proporcionárnoslo una explosión nuclear. Tan bueno fue, nos impuso un gozo tan elemental, tan puro, tan infantil, que implorábamos sin descanso, como hacen los niños con el tío que se saca un bombón de las orejas: “hazlo otra vez”, “que ocurra otra vez”. Y como reconstruir las torres, infliltrarse en EEUU, aprobar un curso de vuelo y secuestrar un avión hubiese exigido un esfuerzo (y enseguida un pensamiento), nos limitábamos a ver la repetición por televisión. Aún podemos verla una y otra vez, como el traspiés del payaso listo, y sentir la misma alegría inocente y primitiva y desear sin maldad que ocurra de nuevo, aunque sólo sea en nuestro vídeo. ¿Somos más humanos que en Pakistán?
Alegrarse sin razón y sin relato, ¿nos hace más justos o más morales? Después del 11-S vino el gag de Afganistán y el de la destrucción de Bagdad y el de las torturas de Abu Gharaib, mezclados sin solución de continuidad con otros gags menos logrados: un accidente aéreo, unas Olimpiadas, el cabezazo de Zidane, la boda del príncipe, el terremoto del Perú, el mundial de Japón. Todos los gags nos alegraron por igual o al menos de la misma manera, sin residuos ni remordimientos. Habría que haber rebajado un poco su calidad para que la realidad hubiese inundado las pantallas; tendrían que haber costado menos -en dinero y en muertos- para degradarnos hasta el pensamiento o la compasión. Asi es el gag : no nos importa que el payaso se caiga, con tal de que se caiga aparatosamente; no nos importa que el torturado se retuerza, con tal de que se retuerza verdaderamente; no nos importa que las torres se desplomen, con tal de que se desplomen desde muy arriba; no nos importa el número de cadáveres con tal de que sea incontable . O como he escrito en otras ocasiones: no nos importará el apocalipsis, con tal de que podamos verlo por televisión. Se ha hablado mucho del terror como instrumento de la política, pero no se ha hablado de la tranquilidad que nos inspira su presentación, de la doméstica trivialidad que nos transmite el formato bajo el que comparece (el terror) ante nuestras miradas. No se ha hablado de la falsa tranquilidad como instrumento de la política. El terror nos calma cada vez que aparece en televisión; el terror nos garantiza la supervivencia cada vez que en un periódico, al lado de la noticia del aumento del PIB o del fichaje de Ronaldinho, leemos este apetecible titular: “La tierra, en peligro de extinción”. Todo son buenas noticias a condición de que nos arranquen del mundo común. ¿16.5000 especies animales amenazadas de muerte? Es un buen gag . ¿El fin del petróleo? Qué emocionante. ¿El encarcelamiento de la Pantoja? Eso quizás nos concierna ya un poco más... Es esta falsa tranquilidad la que denuncian y desnudan las viñetas que viene construyendo desde hace años Miguel Brieva.
Hay una que me gusta especialmente porque constituye el esquema mismo de una corrupción radical que otros hemos tratado de explicar de un modo menos eficaz mediante esos largos rodeos que llamamos libros. En ella se ve a dos jóvenes muy alegres con sendos paquetes de explosivos atados a la cintura, a punto de accionar un detonador. No son palestinos desesperados ni salafitas fanáticos al asalto del paraiso; no han pensado mal y han llegado a conclusiones equivocadas; no quieren cambiar el mundo, ni siquiera para peor. Se trata en realidad de un spot publicitario, el “eidos” de todos los spots publicitarios, el paradigma oculto al que pueden reducirse todos los anuncios y todos los impulsos al consumo. “Y ahora... mátese”, se lee en la parte superior. “Nuevo”, “Adelgace más de 75 kilos en 3 segundos”, “y en su propia casa”, “¡mátese ahora y pague en 12 meses!”. El joven sonríe tentador tratando de vencer las últimas resistencias puritanas de la chica: “¡Ey! ¿Nos matamos? ¡Lo anuncian por televisión!”. Y ella, con esa audacia un poco mimética de las clases medias cuando cometen un exceso -cantar en el karaoke o jugar a las prendas- secunda femeninamente con entusiasmo: “¡Veeengaaaa!”.
Miguel Brieva dibuja y escribe una y otra vez contra el gag de los terroristas suicidas. Ese es casi su único tema, como el de Blake es la alegría sobrenatural, el de Proust la memoria y el de Goya la locura humana. Un terrorista suicida es un sujeto que incurre en la antinomia lógica de matarse matando. Están por todas partes. Están también dentro de nosotros. Matarse matando es lo que hacen, sí, algunos desesperados fanáticos, algunos desesperados, algunos fanáticos, en lugares donde se vive mal por nuestra culpa. Pero “matarse matando” es lo que hacemos también nosotros, sin ninguna desesperación ni fanatismo, en lugares donde se vive ciertamente mejor sin ningún mérito nuestro, y en los que el convencimiento mismo de nuestra superioridad, motor de un consumo -es decir, una destrucción- desenfrenada, instrumento de una producción -es decir, una destrucción- delirante e irracional, derrite muy deprisa los polos, seca los ríos, despeina los bosques, envenena el aire, vacía los pueblos y desnuda a los niños. ¿Cómo se convence a un hombre de que se mate matando? En Pakistán, en Afganistán, en Palestina, en Iraq, se les empuja mucho, se les da una bomba y se les promete el paraíso a cambio de su gesto. Pero, ¿cómo -cómo- se convence a las clases medias occidentales de que acometan el atentado suicida más grande de la historia? Se les persuade de que el gesto es el paraíso mismo. Para una empresa de persuasión tan descomunal hacen falta medios también descomunales: es lo que llamamos capitalismo. Hacer estallar una bomba exigiría más conciencia (aunque fuese negativa) y más valentía por nuestra parte: en su lugar, se nos dan lavadoras, hamburguesas, pantallas de plasma, coches, ordenadores, teléfonos móviles, billetes de avión, refrescos, lencería fina y chocolates belgas. Es ese gag material, placentero, cotidiano (derribo ininterrumpido de mil Torres Gemelas) llamado “mercancía”, que nos arranca del mundo común y que no exige de nosotros sino que pongamos infantilmente el cuerpo. Es el gag de los 300.000 niños esclavos que recogen cacao en Costa de Márfil; es el gag de los 4 millones de congoleños muertos extrayendo de las minas nuestro coltán; es el gag de los millones de campesinos que ayunan para alimentar nuestras vacas. “Un estadounidense bate el récord al engullir 66 perritos calientes en 12 minutos”, nos cuenta, no un chiste de Brieva, no, sino un periódico español que describe el entusiasmo de los 50.000 espectadores que aplaudieron y ovacionaron a Joey Chestnut, el joven terrorista suicida de California capaz de derrotar al seis veces campeón mundial , Takeru Kobayashi, que no pudo devorar más de 63 hot-dog . Pero el gag de la mercancía no basta. Hace falta también una operación de propaganda sin precedentes históricos, eso que perversamente denominamos “publicidad” para describir y celebrar la invasión del espacio público por parte de los intereses privados. No es extraño que Miguel Brieva utilice una y otra vez la publicidad para iluminar este dominio terrorista del gag .
No es extraño que la publicidad -eso es lo que ven certeramente sus viñetas- concentre ahora toda la audacia estética, antipuritanismo moral y rupturismo revolucionario que hace cien años movilizó el arte de vanguardia para escandalizar al burgués y que hoy se inscribe en el corazón mismo de la mentalidad burguesa: es necesaria, sí, mucha audacia para persuadirnos de destruir alegremente el universo. El spot de Miguel Brieva citado más arriba, esquema categorial del género, no hace sino traducir la famosa síntesis capitalista excogitada por la casa Nike ( “just do it” , “sólo hazlo”), eslogan donde convergen naturalmente Ben Laden y Joey Chestnut, Mohamet Atta y el Carrefour. Vemos al monstruo de Nueva York dirigiendo el avión de pasajeros contra la torre de Mahattan y a Dios detrás, tonante en su nubecilla, ordenándole: “Just do it ”, “sólo hazlo”. Vemos a James Carney o a Jacob Cohen, pilotos de un B-52 estadounidense y de un F-16 israelí respectivamente, volando sobre Faluya o sobre Beirut, con la barriga de hierro repleta de bombas de racimo, y detrás una Biblia impresa en billetes de dólar que les dicta: “Just do it” , “sólo hazlo”. Vemos a un alegre consumidor madrileño en Toys'araus a punto de arrancarle la play-station , al mismo tiempo que la ropa y una pierna, a un negrito cuya casa ha sido destruida por una bomba y detrás a Papá Noel, al volante de un mercedes, que le conmina: “ Just do it ”, “sólo hazlo”. Y vemos a la humanidad aún vacilante, con un pie en el abismo, tentada de dar un paso hacia adelante, y detrás a la casa Nike y a Monsanto y a Roche y a Bayern y a Nestlé y a Coca-Cola y a Siemens y a Sony y a Repsol y a Chevron y a Renault y a Ford -y a los gobiernos que las empresas han elegido- señalando con el dedo el vacío: “ Justo do it ”, “sólo hazlo”. Para que una verdad de este tipo no resulte ni demagógica ni solemne, para que no se convierta a su vez en un gag hay que ser un genio y basta un vistazo a sus viñetas para darse cuenta de que Miguel Brieva lo es. Un genio es alguien capaz no sólo de crear ciertas criaturas -frases o figuras- sino de crear, al mismo tiempo, la única atmósfera en la que pueden desenvolverse. Esa atmósfera es tan potente, tan precisa, tan orgánicamente sostenible que acaba por invadir y contaminar la nuestra, de tal manera que, a fuerza de imponer su extrañeza, acaba por impugnar nuestra familiaridad. Lo inquietante del universo de Brieva es que es el nuestro (como lo es el de los grabados luciferinos de Goya o el de las cabales metamorfosis de Kafka): es lo que Freud llamaba lo siniestro para describir un alejamiento repentino de la normalidad doméstica pero también un reconocimiento -una identificación súbita- de la irracionalidad integrada. Lo reprimido asalta de pronto nuestro horizonte visual corriendo o desplazando mínimamente la superficie consciente; basta un leve empellón al lenguaje en la misma dirección en la que habitualmente se expresa y basta amortiguar suavemente el color, tensar un poco las líneas de los rostros, aumentar artificialmente la alegría, vestir los cuerpos de otra manera -cosas que sólo puede hacer un gran artista-, para que todo lo que nos parece lleno aparezca horrendamente vacío.
Basta seguir hasta el final el espíritu de Disney para que él mismo se voltee en el reverso de Disney , repentinamente amenazador, agresivo, un poco viscoso, un poco metafísico, inesperada cópula entre el capitalismo y el fascismo. Nadie ha sabido entender como Brieva el terror salvaje que abriga Disneylandia, el desorden metafísico de Mickey Mouse. El más allá del mercado está precisamente acá , en lo más próximo, al lado de la cuna, en el sofá del salón, en el peluche hitleriano, en el Bambi matón, en todas esas criaturas encantadoras y saltarinas que nos hielan la sangre con su felicidad irresistible, con su marcial alegría obligatoria. Miguel Brieva no es sólo un gran viñetista político (como lo son Quino o El Roto) sino un gran artista político, un gran iluminador de civilizaciones cuya obra -este Dinero o su anterior Enciclopedia- pueden compararse quizás, por su refinamiento gráfico y por sus efectos, al inmenso Grandville y a su Otro Mundo (1844), ese inquietante visionario capaz de imaginar exactamente el capitalismo industrial, mientras sus contemporáneos se limitaban a vivirlo vagamente, como Brieva es capaz de imaginar con precisión el capitalismo financiero y consumista mientras nosotros nos limitamos a experimentarlo borrosamente. Como la realidad no es verdadera -digamos con Alfonso Sastre-, para que la verdad llegue a ser real hay que imaginarla intensamente y con todo detalle. Una imagen no vale más que mil palabras, pero un concepto sí. Un concepto vale de hecho más que mil imágenes. Los conceptos, al contrario de lo que pretendía Spinoza, se pueden mirar, tienen color y a veces hasta nos ladran. Nos dan también miedo. Dan siempre que pensar. Por eso el concepto es lo contrario del gag . ¿Pero puede hacernos también reír? Esa es la primera fuente de risa -en orden ontológico y racional- a la que me refería al principio. Los conceptos imaginados de Miguel Brieva nos hacen reír exactamente al revés que la costalada del payaso listo o el derribo de las Torres Gemelas; no por algo que ocurre fuera y sin residuos, no por algo que les ocurre a otros y que al mismo tiempo los anula, sino por una caída aparatosa en nuestro interior de la que ya no podemos recuperarnos. Está la risa mediante la cual renunciamos a conocer -en la que sólo ponemos el cuerpo- y está la risa extraña, un poco angustiosa, de conocernos, la que acompaña al hecho de caer de pronto dentro de nuestra mente y tener luego que activarla para levantarnos y levantar con ella todo lo que el gran gag del terrorista suicida está a punto de derribar: “no lo hagas, piénsalo”. Hay risas que se agotan en sí mismas y risas que te dejan tan mal sabor de boca que uno no puede dejar de enjuagársela enseguida con una acción (o con una omisión decente). El arte genial de Miguel Brieva es de los que te hacen reír sólo a la mitad del camino y de los que te obligan después a recorrer, quieras o no, la otra mitad. Con esas dos mitades debemos intentar alejar el abismo.
Fuente: Rebelion
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La cosmología de la dominación en crisis
Leonardo Boff, teólogo
Hay un inmenso sufrimiento en todos los estratos sociales, sean ricos o pobres, producido por la actual crisis económico-financiera. Más que el asombro es el sufrimiento el que nos hace pensar. Es el momento de ir más allá del aspecto económico-financiero de la crisis y descender hasta los fundamentos que la provocaron. De no hacerlo así, las causas de la crisis seguirán produciendo crisis cada vez más dramáticas hasta que se conviertan en tragedias de dimensiones planetarias.
Lo que subyace bajo la actual crisis es la ruptura de la cosmología clásica que perduró durante siglos pero que ya no explica las transformaciones ocurridas en la humanidad y en el planeta Tierra. Esa cosmología surgió hace por lo menos cinco mil años, cuando empezaron a construirse los grandes imperios, ganó fuerza con el Iluminismo y culminó con el proyecto contemporáneo de la tecnociencia.
Partía de una visión mecanicista y antropocéntrica del universo. Las cosas están ahí las unas al lado de las otras, sin conexión entre sí, regidas por leyes mecánicas. No poseen valor intrínseco, sólo valen en la medida en que se ordenan al uso humano. El ser humano se sitúa fuera y encima de la naturaleza, como su dueño y señor que puede disponer de ella a su gusto. Esa cosmología partía de un falso presupuesto: que podía producir y consumir de forma ilimitada dentro de un planeta limitado, que esta abstracción ficticia llamada dinero representaba el valor mayor y que la competición y la búsqueda del interés individual producirían el bienestar general. Es la cosmología de la dominación.
Esta cosmología llevó la crisis al ámbito de la ecología, de la política, de la ética y ahora de la economía. Las ecofeministas nos hicieron notar la estrecha conexión existente entre antropocentrismo y patriarcalismo, el cual ejerce violencia sobre las mujeres y la naturaleza desde el neolítico.
Felizmente, a partir de mediados del siglo pasado, proveniente de varias ciencias de la Tierra, especialmente de la teoría de la evolución ampliada, se está imponiendo una nueva cosmología, más prometedora y con virtualidades capaces de contribuir a superar la crisis de forma creativa. En vez de un cosmos fragmentado, compuesto de una suma de seres inertes y desconectados, la nueva cosmología ve el universo como el conjunto de sujetos relacionales, todos inter-retro-conectados. Espacio, tiempo, energía, información y materia son dimensiones de un único gran Todo.
Incluso los átomos, más que partículas, son entendidos como ondas y cuerdas en permanente vibración. Antes que una máquina, el cosmos, incluyendo la Tierra, se muestra como un organismo vivo que se autorregula, se adapta, evoluciona y eventualmente, en situación de crisis, da saltos buscando un nuevo equilibrio.
La Tierra, según renombrados cosmólogos y biólogos, es un planeta vivo –Gaia– que articula lo físico, lo químico, lo biológico de tal forma que el resultado es siempre favorable a vida. Todos sus elementos están dosificados de una forma muy sutil como solo un organismo vivo puede hacerlo. Solamente a partir de los últimos decenios, y ahora de manera inequívoca, da señales de estrés y de pérdida de sostenibilidad. Tanto el universo como la Tierra se muestran guiados por un propósito que se revela por la emergencia de órdenes cada vez más complejas y conscientes.
Nosotros mismos somos la parte consciente e inteligente del universo y de la Tierra. Por el hecho de ser portadores de estas capacidades, podemos enfrentarnos a las crisis, detectar el agotamiento de ciertos hábitos culturales (paradigmas) e inventar nuevas formas de ser humanos, de producir, consumir y convivir. Es la cosmología de la transformación, expresión de la nueva era, la era ecozoica.
Necesitamos abrirnos a esta nueva cosmología y creer que aquellas energías (expresión de la suprema Energía) que están generando el universo desde hace más de trece mil años están también actuando en la presente crisis económico-financiera. Ellas ciertamente van a forzarnos a un salto de calidad rumbo a otro modelo de producción y de consumo, que efectivamente nos salvaría, pues sería más conforme a la lógica de la vida, a los ciclos de Gaia y a las necesidades humanas.
Fuente : www.servicioskoinonia.org/boff - 29-01-09.-
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Consumo y barbarie visual
Santiago Alba Rico
Rebelión
La mitología griega nos cuenta la historia de Tántalo, semidiós bravucón castigado por Zeus a padecer hambre y sed eternas en medio de los más deliciosos manjares y con el cuerpo sumergido en el agua. Nos cuenta también la de su contrapunto y complemento, Erisictón, al que los dioses condenaron a comer ininterrumpidamente todo lo que encontraba en su camino, una cosa tras otra, animales, bosques, hijos, sin hallar jamás satisfacción, hasta el gesto final de autofagia suicida. No son historias antiguas y fantasiosas. El pasado 26 de diciembre, Joan Cunnane, una inglesa de 77 años adicta a las compras, falleció de deshidratación en su casa atrapada en una montaña de mercancías baratas que había comprado durante años y que había ido guardando en decenas de maletas. Ninguna era esencial, ninguna había sido usada, ninguna había llegado realmente a existir salvo para matar a su propietaria. Tántalo y Erisictón del capitalismo, la señora Cunnane había muerto de hambre y sed en medio de un exceso de riquezas, destruida por su mística pulsión al consumo, sepultada bajo trescientas bufandas de colores -entre otros miles de objetos- que jamás habían adornado su cuello ni abrigado su garganta.
En las situaciones de hambruna -desde la India victoriana al Sudán de la guerra civil- los pobres desesperados roban cosechas, asaltan graneros y allanan despensas antes de sucumbir a los golpes y la inanición. En las llamadas “revueltas del pan” del Tercer Mundo, los desheredados de la tierra rompen las vidrieras de los comercios y se disputan, a veces hasta la muerte, las migajas de sus saqueos angustiosos. No son sólo los dramas de la miseria. El pasado 28 de noviembre, una avalancha de consumidores agolpados a la entrada de un Wall-Mart de Nueva York tiró abajo la puerta, aplastó a uno de sus empleados e hirió a otros tres trabajadores -incluida una mujer embarazada- tratando de alcanzar las mejores ofertas de la temporada de rebajas; mil coceadores de clase media, animados de una mística furia irruptiva, se peleaban a muerte por un bolso de plástico o unos pantalones de marca. ¿Dónde empieza lo banal y dónde lo esencial cuándo se está dispuesto a matar por obtenerlo? Bajo el capitalismo, la compra-venta de un bolso de plástico (o de una crema anti-arrugas o de un adorno para el automóvil) es literalmente una cuestión de supervivencia.
Manifestaciones del hambre en Occidente, el caso de la señora Cunnane y el de la estampida humana de Nueva York son casos extremos, pero es en ellos donde se descubre en un resplandor la normalidad de la abundancia capitalista. Los placeres del consumo tienen poco que ver con el objeto; están más bien asociados a un atavismo famélico, a la necesidad casi biológica de la apropiación inmediata, de la adquisición predadora, del saqueo freudiano de un botín multitudinario que, una vez aferrado, se puede despreciar. Los primitivos sueños de abundancia asociados antaño a la leche y la miel, a las frutas antediluvianas pintadas por El Bosco, a las pepitas de oro de los graneros, hoy convergen en los mall o centros comerciales y en los grandes supermercados, donde cogemos a dos manos, sin obstáculos ni intermediarios, la cosecha siempre renovada de una naturaleza milagrosa. Volvemos a las emociones prensiles de los simios o de los salvajes cazadores-recolectores de la antigüedad. Basta con poseer el salvoconducto de acceso -tarjeta de crédito o billetes de dólar- y podemos adquirir un ilimitado número de baratijas y, con ellas, un hambre muy superior, mucho más acuciante, mucho más exigente, que el que aqueja a los que no tienen nada. Un hambre, por así decirlo, de primera clase o de lujo.
Pero el mall o centro comercial ha democratizado y globalizado, transversal a las clases sociales, esta experiencia de la abundancia anémica. El consumo es un acto de barbarie, sí, pero un acto de barbarie “visual”. La acucia patológica de la señora Cunnane, estudiada por los psiquiatras, no es más que la obediencia mecánica, sin resistencias racionales, a la lógica autodestructiva de la mercancía: comprar y tirar, renunciar al uso de los objetos, guardarlos sin desembalar, son prácticas que revelan la consistencia puramente imaginaria -ceremonial o neurótica- de los intercambios mercantiles. Solubles, superadas ya por sus volátiles sucesores, que introducen la idea de futuro como ansiedad y como humillación, las mercancías son sólo “imágenes”. El mall o centro comercial vende estas “imágenes”, pero vende además sus copias, imágenes de imágenes abiertas al saqueo visual también de los pobres que no pueden comprarlas. El capitalismo no se reproduce sólo a partir de la explotación del trabajo; también lo hace a partir de la explotación de la mirada. En el mall o centro comercial convergen y se vuelven innecesarias todas las grandes instituciones de la cultura milenaria: el Templo, la Academia, el Museo, el Parlamento, franqueados ahora de una sola vez y en un solo espacio a todas las clases del planeta. Calientes en invierno, frescos en verano, bulliciosos y seguros, exhibición apabullante de la superioridad bárbara del capitalismo, sus galerías reúnen peregrinos de todos los estratos sociales y culturales. En El Cairo y en Caracas, en Lima y en Delhi, en Madrid y en Nueva York, los pobres urbanos ya no buscan un poco de brisa o de juego en sus días de asueto; como antes iban al campo, las familias de las clases medias bajas acuden ahora los domingos al mall más lujoso y frecuentado para contemplar la renovación mágica de las mercancías tras las vitrinas y consumir visualmente en grupo su ración de hambruna de colores.
Prolongación de la televisión, el mall ha consumado la disolución de la cultura activa -popular o de clase- sobre la que ya alertaba Passolini en los años 70 del siglo pasado. Exhibe en una imagen de triste relumbre el carácter insostenible de la economía de la abundancia y su desoladora pobreza antropológica. El emirato de Dubai, con su arquitectura extraterrestre, es el emblema de este modelo que destruye recursos y vidas y convierte las ciudades mismas en una gigantesca operación de barbarie visual: mercancía él mismo y conducto de mercancías, el máximo atractivo de este país recién fabricado, arrancado al desierto y al mar en siete días, son precisamente sus 40 monstruosos mall. ¿Será una casualidad que su fiesta nacional se llame Dubai Shopping Festival? El año pasado, más de 3 millones de turistas de todo el mundo acudieron a celebrarlo en sus suntuosos y abigarrados centros comerciales y gastaron 10.000 millones de dólares. Entre tanto, los trabajadores bengalíes y pakistaníes que los construyeron pueden pasear por sus avenidas iluminadas satisfechos de adquirir con la mirada lo que, en cualquier caso, sólo había sido fabricado para eso: para entrar por los ojos y salir inmediatamente del mundo sin dejar más huella que hambre, contaminación, degradación moral y vacío antropológico. Pero, al contrario que en el caso de Tántalo y Erisictón, nuestro castigo no será eterno.
Fuente: Rebelion
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Miguel Paz
domingo 8 de mayo de 2005
Entrevista Walter Graziano
Llega polémico libro sobre nexos del Tercer Reich y EE.UU.“HITLER GANÓ LA GUERRA”
Miguel Paz / La Nación, Domingo (8 de mayo de 2005)
El economista argentino Walter Graziano revela en su investigación las relaciones de una hiper-élite que controlaría los hilos del poder mundial, como si fuera un cartel. Sobre la marcha, habla de la relación del Vaticano y la CIA, y asegura que quienes dictan la ideología reinante son los que financiaron a Hitler. “Han sido protagonistas de las decisiones de todos los presidentes de USA”. Todo a un día del 60º aniversario del fin de la Segunda Guerra Mundial. ¡Uff! Hay dos historias: la historia oficial, embustera, que se enseña ad usum delphini, y la historia secreta, en la que se encuentran las verdaderas causas de los acontecimientos: una historia vergonzosa. (Honoré de Balzac)
Catorce semanas entre los más vendidos de Argentina estuvo el último libro de Walter Graziano, Hitler ganó la guerra, que será publicado en Chile la segunda semana de junio. El trabajo de Graziano, al igual que otros textos conmemorativos, no podría tener mejor sentido de la oportunidad. Mañana se cumplen 60 años del fin de la Segunda Guerra Mundial. Y la lectura de Hitler ganó la guerra podría dar luz sobre aspectos menos conocidos de los hombres, países y megaempresas involucradas en el negocio detrás del mayor conflicto armado del siglo pasado, y cómo siguieron relacionándose a escala global.Graziano, un economista devenido en periodista -que ha escrito libros de investigación como Las siete plagas de Argentina, que versa sobre la quiebra del país vecino el 2001-, argumenta en las 230 páginas de Hitler ganó la guerra, que desde el siglo XIX la historia de la humanidad está escrita con la lapicera de unos pocos clanes familiares. Una suerte de suprainteligencia de apellidos Rockefeller, Rotschild o Harriman, que constituye el poder en las sombras que controla los designios de la política, la economía, las universidades y think tanks más prestigiados, el complejo militar, e incluso de la Iglesia Católica moderna.
“JUAN PABLO II JUGÓ A FAVOR DE LA CIA”
En Hitler ganó la guerra, Graziano se hace cargo de lo que escribe David Yallop en su libro Por voluntad de Dios. En él, Yallop narra detalladamente cómo la muerte del Papa Juan Pablo I habría sido responsabilidad de aliados de la CIA incrustados en el seno del poder vaticano. ¿El motivo? Según Yallop, Juan Pablo I habría estado dispuesto a exponer los lazos financieros existentes entre la CIA, el Vaticano y el Banco Ambrosiano, de propiedad de la curia romana, además de difundir episodios de corrupción relacionados con las finanzas de la Santa Sede.“De hecho (Juan Pablo I), iba a depurar la curia romana al día siguiente de su muerte. El intento de Juan Pablo I de separar a Roma de los socios de la CIA concluyó abruptamente con lo que habría sido su envenenamiento. Con Juan Pablo II, quien desde joven era un ferviente anticomunista, el Vaticano se habría prestado no sólo a seguir manteniendo en secreto la cadena de corrupción que Juan Pablo I estaba por revelar, sino también a acentuar los lazos entre el Vaticano y la CIA”, escribe Graziano, quien amplifica sus dichos al teléfono desde Buenos Aires.-¿La CIA tendrá injerencia en el Vaticano después de la muerte de Juan Pablo?-No lo sé, lo que sí está claro es que Juan Pablo II jugó a favor de la CIA prácticamente todo el tiempo durante su mandato.Para mí ha sido uno de los peores papas de la historia del papado, y eso que ha habido pésimos papas, pero Juan Pablo II no actuó más allá de declaraciones formales para impedir guerras. Además, dejó que ascienda al poder, dentro de la Iglesia Católica, el sector más reaccionario y conservador, que es el Opus Dei, y eso ha jugado a favor de los intereses de unas pocas personas. -Me imagino que tienes una teoría sobre el intento de asesinato de Juan Pablo II.-Se ha repetido muchas veces que fue la KGB la que intentó eliminar a Juan Pablo II, porque era un Papa polaco y anticomunista ferviente, pero se probó después de mucho tiempo que eso era falso, que la KGB no había tenido que ver.Lo que se supo es que el director de la CIA, Bill Casey, se reunió en Roma con el secretario de Estado del Vaticano, Agostino Casarolli, quince días antes del atentado perpetrado por Ali Agca contra el Papa, para pedirle colaboración del Vaticano en la lucha contra el comunismo, y en la distribución de dinero a los sindicatos de Solidaridad en Polonia. Casarolli le dijo a Casey que Juan Pablo II no estaba de acuerdo con eso, pero tras el atentado el Papa habría cambiado de parecer y la CIA habría logrado su objetivo.- Mehmet Ali Agca aseguró al diario italiano La Repubblica que recibió ayuda del interior del Vaticano para atentar contra Juan Pablo II en 1981.-Y debe haber sido así, porque estaban casi todos los mismos cardenales que habían “facilitado”, entre comillas, el envenenamiento de Juan Pablo I, que era alguien que podría haber limpiado la Iglesia de los socios de la CIA. La operación que estaba haciendo el Banco Ambrosiano en aquel momento era dejar que la Mafia transfiera y lave dinero. Juan Pablo I habría intentado aclarar esta situación. Lamentablemente no lo pudo hacer.
UNA MENTE BRILLANTE
Por los capítulos de Hitler ganó la guerra no sólo desfilan revelaciones sobre los nexos del Vaticano con la CIA. Graziano va hilando cabos sueltos y poniéndolos en contexto para hacer un mapa de relaciones económicas, políticas y militares entre grandes clanes del Viejo Continente, los empresarios pioneros en Estados Unidos y su relación comercial con Adolf Hitler y su cruzada nazi.-Tu libro logra convencer al lector de que unos pocos controlan todo. Pero suena también a 1984, de George Orwell. ¿Cuál es el límite entre lo veraz y lo verosímil?-Las conspiraciones sin duda existen. Ustedes en Chile tienen que saber que Pinochet conspiró contra el régimen de Salvador Allende. Aquí en Argentina sabemos que Videla y Massera conspiraron también. Las conspiraciones son cosa muy común. Cuando tres personas se sientan a puerta cerrada, podemos llamar a eso conspiración, o podemos llamar a eso defensa de intereses corporativos, pero estamos siempre hablando de la misma cosa.-Una cita de tu libro: “La historia es sólo lo que se habría deseado que hubiera ocurrido”.-Me refiero a que la historia como tal es la que los vencedores desean que quede para el futuro, es eso. A quienes escriben la historia tampoco les gusta darse cuenta de lo que han hecho las planas más dominantes del mundo.Ver la película Una mente brillante, sobre la vida del matemático John Nash, Premio Nobel de Economía de 1994 por sus descubrimientos acerca de la Teoría de los Juegos, fue una suerte de epifanía para Graziano. Según el autor, fue lo que lo impulsó a escribir el libro. Sólo entonces se dio cuenta que la Teoría de Nash -que plantea que “una sociedad maximiza su nivel de bienestar cuando cada uno de sus individuos acciona a favor de su propio bienestar, pero sin perder de vista el del resto de los integrantes del grupo”- ponía en duda los fundamentos del padre de los economistas modernos, Adam Smith (“El máximo nivel de bienestar social se genera cuando cada individuo persigue su bienestar individual”).¿Por qué si la Teoría de los Juegos de Nash rebatía argumentalmente las bases del modelo económico imperante, no había logrado el respeto e influencia que sí obtuvieron las ideas de Smith y sus seguidores de la Escuela de Chicago?Intentando responderse a esta pregunta, Graziano pone el acento en lo que define como la interrelación de una pequeña pero poderosa élite que maneja el statu quo global. Y asegura que los mismos que dictan las ideologías que les convienen son los que financiaron a Hitler y han sido los verdaderos autores detrás las decisiones de todos los presidentes de Estados Unidos.De hecho, la arremetida estadounidense en Irak y el Medio Oriente se debería a la intención de estos grupos, dueños de las compañías petroleras, por controlar las últimas reservas mundiales de oro negro. Pero eso es parte de lo que podrás leer en Hitler ganó la guerra.-
Fuente : miguelpaz.blogspot.com
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Pequeños tesoros
El discurso del astrólogo
Por Roberto Arlt
Martes 25 de noviembre de 2008 13:19 (hace 56 días)
Sí, llegará un momento en que la humanidad escéptica, enloquecida por los placeres, blasfema de impotencia, se pondrá tan furiosa que será necesario matarla como a un perro rabioso... ¿Qué es lo que dice?... Será la poda del árbol humano... una vendimia que sólo ellos, los millonarios, con la ciencia a su servicio, podrán realizar. Los dioses, asqueados de la realidad, perdida toda ilusión en la ciencia como factor de felicidad, rodeados de esclavos tigres, provocarán cataclismos espantosos, distribuirán las pestes fulminantes... Durante algunos decenios el trabajo de los superhombres y de sus servidores se concretará a destruir al hombre de mil formas, hasta agotar el mundo casi... y sólo un resto, un pequeño resto, será aislado en algún islote, sobre el que se asentarán las bases de una nueva sociedad. Barsut se había puesto en pie. Con el entrecejo fiero, y las manos metidas en los bolsillos del pantalón, se encogió de hombros, preguntando: Pero, ¿es posible que usted crea en la realidad de esos disparates? No, no son disparates, porque yo los cometería aunque fuera para divertirme. Y continuó: Desdichados hay que creerán en ellos... y eso es suficiente... Pero he aquí mi idea: esa sociedad se compondrá de dos castas, en las que habrá un intervalo... mejor dicho una diferencia intelectual de treinta siglos.
La mayoría vivirá mantenida escrupulosamente en la más absoluta ignorancia, circundada de milagros apócrifos, y por lo tanto mucho más interesantes que los milagros históricos, y la minoría será la depositaria absoluta de la ciencia y del poder. De esa forma queda garantizada la felicidad de la mayoría, pues el hombre de esta casta tendrá relacion con un mundo divino, en el cual hoy no cree. La minoría administrará los placeres y los milagros para el rebaño, y la edad de oro, edad en la que los ángeles merodeaban por los caminos del crepúsculo y los dioses se dejaron ver en los claros de luna, será un hecho.
Roberto Arlt Fragmento de Los siete locos (1929)
Fuente : http://www.lanacion.com.ar/
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“Toda imagen es pintura”
El oficio de Luis Felipe Noé es el de pintor. Pero su idea de la pintura va mucho más allá. Pintar, sostiene, es producir imágenes, sin que importe el procedimiento usado para lograrlas. “Hay que superar esta idiotez que es pintura-no pintura”, dice.En estos tiempos en los que está de moda el espíritu funerario —son ejemplos la muerte de la pintura, del arte, de la Historia, de las utopías— Luis Felipe Noé sacude la modorra intelectual planteando una reflexión que clama ser dialógica para no desvanecerse en los ecos de un monólogo. Su tesis afirma: 'El arte llamado pintura es el arte de la imagen más allá del procedimiento que se utilice para lograrla'. Pero ¿Qué es la imagen? o mejor aún, ¿toda imagen es pintura? Las respuestas se abren en delta y cada brazo se corresponde con una concepción diferente de la pintura y de lo pictórico.
Consciente de esto, este artista reflexivo y polemista nato ofició de curador de una muestra ideada por él en el Centro Cultural de España en Buenos Aires (CCEBA), que bajo el provocativo título de Pintura sin pintura reunió la producción de trece artistas que no transitan por el soporte tradicional de la pintura: Jorge Sarsale, Tomás Espima, Mariano Molina, León Ferrari, Leonel Luna, Marcos López. Horacio Zabala, Gustavo Romano, Elena Nieves, Hernán Marina, Andrés Bancalari, Alberto Méndez y Mónica Millán. Desde pólvora en lugar de óleo o de acrílico hasta el murmullo del agua y el canto de los pájaros, la producción de estos creadores recorre un amplio diapasón de procedimientos. Pintura en todos los casos, sostiene Noé.
Tomando como base de su fundamentación la concepción lógica de correspondencia entre lenguaje y verdad que el filósofo austríaco Ludwig Wittgenstein (Viena, 1889 - Cambridge, 1951) plasma en su Tractatus Logico-Philosophicus (1921), Noé postula junto con Anthony Kenny (biógrafo de Wittgenstein) 'la teoría pictórica de la proposición'. Fascinado por este hermético pensador, Noé encuentra claras coincidencias entre Vasily Kandinsky, el padre de la abstracción, que revoluciona la noción de representación, y Wittgenstein, quien poco después 'se cuestiona sobre qué es la representación del mundo en conceptos'. Cuestionamiento que, a su juicio, hace de la pintura una inmensa madraza capaz de abrazar en su seno todas las expresiones, incluso aquellas que la repudian, la cuestionan o ya le extendieron su acta de defunción.'Wittgenstein —señala Noé— se pregunta cómo se puede representar el mundo. Y lo notable es que emplea una palabra, bild, que para mí es fabulosa porque simultáneamente —según los traductores del alemán— quiere decir pintura, imagen y cuadro. El toma esa palabra para hablar de la representación lógica del mundo. Los traductores decidieron que la palabra pintura no podía reflejar lo que quería decir Wittgenstein y entonces vieron que no había nada mejor que utilizar la palabra figura. Con lo cual deforman profundamente su idea. Figura es el elemento ''A''. Vos sos una figura, yo soy una figura, la mesa es una figura. Porque él, sirviéndose de la palabra bild, está hablando de la interrelación de elementos que conforman una imagen. Una imagen ¿de qué? De elementos, de lo que sea. Es un complejo. Un cuadro de situación. Entonces, si él interpreta que pintura, imagen y cuadro sirven para representar el complejo, es que la pintura es el acto de la imagen y hace un cuadro de situación. Esa es mi deducción. Y que eso es esencialmente la pintura, y no el procedimiento que se utiliza para hacerla'. Lo que las palabras callanLa charla con Noé tiene lugar en su casa-taller, en un plácido atardecer. Sobre una inmensa mesa ha desparramado más de una docena de libros de y sobre Wittgenstein. No necesita tomar el Tractatus para recitar el aforismo con el que Wittgenstein cierra su libro y que ha hecho correr tanta tinta: 'De lo que no se puede hablar hay que callar'.'Con ello, está señalando el límite de las palabras. Y al señalar el límite de las palabras estás señalando una realidad metafísica y estás señalando también un límite para expresar las cosas. Pero con el tiempo, Wittgenstein cambia ''callar'' por ''mostrar''. Y es ahí donde vuelve a hacer un hueco a la pintura, pero a la pintura en términos genéricos, no a lo que sale del pomo. En este sentido, yo leo a Wittgenstein desde mi perspectiva de pintor y creo que es muy interesante que en este momento de gran confusión de términos se vuelva a ese punto de partida'. Nueva pausa. 'No obstante, considero que Wittgenstein era como un gran loco, enloquecido de la lógica y de la posibilidad de no entender. Cuando digo, una gran loco digo, en primer término: un grande. Y luego, un loco, porque convoca todo aquello que se le escapa. Yo creo que la locura es una convocatoria a lo que no podés hacer. Y en función de esto, de este juego de lo que puede ser entendido y se te escapa, de manera natural me salió este delirio entre lo lógico y lo no lógico, que es esta cosa que yo hice, que algunos consideran un poema'.-
—Un poema visual en todo caso.-
—Sí, un poema visual. Y en cierto modo, Wittgenstein, por negativa lógico-filosófica, está hablando de poesía. La definición de poesía que más me gusta es la de Aldo Pellegrini que dice: 'La poesía trata de decir con palabras lo que las palabras no pueden decir'. Creo que todo lenguaje artístico trata de lo mismo. Lo interesante de la definición de mi querido Aldo, de quien yo me siento su discípulo, es que señala que con la materia palabra se pueden dibujar palabras. Todo eso, para mí, tiene otras derivaciones, que es lo que traté de fundamentar en la muestra que titulé Pintura sin pintura, donde formulo la tesis de que la imagen, el arte de la imagen, trasciende el medio que se utiliza. Y me baso en gran parte en este concepto de Wittgenstein, que es el concepto de pintura extendida. También me baso en un fragmento de Apollinarie donde no tiene prejuicios para abordar cómo es la materia del arte y dice que la pintura puede ser hecha de distintas maneras, con lo que se quiera: ''Con pipas, con estampillas de correo, con naipes, con candelabros, con trozos de hule, con periódicos, con materia fecal, con sangre''. Y lo escribe en un momento en el que se produce el nacimiento del colage. Para mí, el colage es una de las tres grandes revoluciones del arte del siglo XX.-
—¿Y las otras dos?-
—La primera se da en el orden de la cultura. Que fue mandar al diablo los referentes totémicos clásicos y griegos y es cuando comienza a interesarse por lo primitivo, por otras formas de representación de la imagen. Expresionismo y Las Señoritas de Avignon mediante. La segunda es consecuencia de esto: la imagen del mundo que tenemos se cuestiona y a partir de eso los movimientos pictóricos que ya interrumpieron otras cosas producen esa segunda gran revolución que es la del colage. Porque equivale a decir: la imagen no sólo se construye con línea, superficie y color sino también con otras imágenes. La tercera revolución, una muy seguida de la otra, es la abstracción. Que es ver la imagen sólo con los elementos que la construyen. Pero con los elementos que la construyen tradicionalmente: línea, superficie, color. Porque el concepto de cómo se construye la imagen fue cuestionado desde dentro de la estructura de la imagen y supera lo representativo. Y hay una cuarta revolución, que es la conciencia del concepto. Esa gran revolución la produjo Duchamp, pero no fue algo solitario porque en ella ya estaba implícito lo anterior. Es decir, el pensamiento cubista es una revolución conceptual; la abstracción, es una revolución conceptual; el colage es una revolución conceptual. Por lo tanto, lo que hace Duchamp es una cosa obvia: valorizar el concepto. Entonces, él ve un mingitorio como si fuera una obra de arte, porque lo ve desde un punto de vista formal. Por supuesto, no es un mero formalismo, porque en ese momento es absolutamente revolucionario respecto de cómo concibe el ojo. Por otra parte, no se puede entender el ready made sin el colage, porque éste parte de elementos anteriores al concepto de imagen. Ahora bien, el ready made es una etapa en la conciencia de Duchamp, pero hacer ready made ahora no tiene el menor sentido. Es de la peor academia. Ridículo como cualquier academicismo. El propio Duchamp se cansó de hacer ready made en algún momento porque ya estaba formulada la posibilidad de ver de otra manera los objetos del mundo. -
—O sea, lo integra a su concepto de la pintura.
- —Claro. Para mí, Duchamp es un pintor, ante todo. Es que yo creo que es absurdo contraponer tantas cosas en este mundo, porque todas se entretejen. El concepto no es solamente el concepto. El concepto es la sensibilidad, porque sin sensibilidad no podés concebir nada. La sensibilidad no es la sensibilidad, porque sin concepto no tomás conciencia de ella. Es decir, creo que hay mucha estupidez en cómo se debate la cuestión artística en la actualidad. Que la pintura ha muerto, que el arte ha muerto. Vayamos parte por parte. Primero: la pintura ha muerto. ¿A qué se está refiriendo? A que un cierto procedimiento para hacer la imagen ya está totalmente superado. Y eso hace que la gente no entienda cuál es la diferencia fundamental y así como en una época se valorizaba mucho la pintura porque daba la imagen de contexto, ahora en un momento en que hay muchos modos de registrar la realidad, el arte de la imagen, de la pintura es algo que parece absolutamente inútil y marginal. Lo que no entienden es que el arte de la imagen es cada vez más difícil y a la vez más complejo porque no se refiere a un objeto, a una cosa, a un detalle, sino a la totalidad del mundo. Y eso es lo más difícil. Cuando hablamos del arte egipcio, el arte griego, el renacimiento o el romanticismo se nos presenta una imagen. ¿Y cuál es la imagen de hoy? La imagen de hoy es el despelote. Pero el despelote puede constituirse en sí mismo una imagen. Es una imagen de interrelación del mundo, es la imagen de una red que se nos escapa. Me encanta retomar el concepto de red porque es fundamental para entender el mundo y el arte de hoy. -
—¿Y la idea de que el arte ha muerto?
- —Nadie habla de que la literatura ha muerto, de que la música ha muerto. Entonces de qué están hablando cuando dicen que el arte ha muerto. Están hablando de las artes visuales como una forma de poder concretar la imagen. Muy bien. Entonces, se la agarran con el pobre Hegel. Hegel, en su puta vida dijo que el arte había muerto. Ha sido una lectura totalmente torpe. Hegel no es claro, es cierto, pero en esto sí es muy claro. El dice: en el mundo clásico, el mundo griego, se había llegado a una interrelación de categorías que ahora llamamos arte, que llamamos religión, que llamamos filosofía, que era un todo y que las obras clásicas representaban eso, esa totalidad. Entonces, el arte, en su devenir supremo, es cosa del pasado. No está diciendo que el arte haya muerto. Está diciendo que el arte, en una función específica, es cosa del pasado. En consecuencia, en este momento en que se dice que la pintura ha muerto, que el arte ha muerto, en este mismo momento en que, a través de los medios, nos cansamos de recibir imágenes de detalle y no podemos percibir el todo, esa imagen orquestada del mundo es más necesaria que nunca. A esa imagen orquestada del mundo yo la llamo pintura. Pero pintura en el sentido de Wittgenstein que es la interrelación de imágenes, de cuadros de situación, que es preguntarse: cómo podemos comprender el mundo.
Los caminos de la imagen-
—En la muestra Pintura sin pintura llevó su postura al límite incluyendo una obra de Mónica Millán, que trabaja con sonidos, y la puso bajo un paraguas común que es el de la pintura. La pregunta, o la inquietud es: ¿lo hace porque siente que tiene que defender un oficio que está cuestionado, o se siente cuestionado usted como pintor?-
—No, yo me rebelo contra la boludez. Yo no reivindico el oficio del pomo. Yo no lo reivindico ni lo dejo de reivindicar. Yo lo utilizo, que es otra cosa. A mí lo que me interesa es la imagen y no el procedimiento. Por otro lado, yo reconozco que hay una gran cantidad de gente que hace cosas que no parecen pintura en el sentido tradicional pero que me proponen imágenes y que la mayor parte de ellos ha estudiado en las escuelas de arte. Utilizan nuevos procedimientos que el mundo les ha ofrecido. Entonces, creo que ellos también están pintando en un sentido extensivo del término. En una palabra, reivindico el verdadero concepto de pintura en un nivel teórico y reivindico la pintura como procedimiento, con pomos. Pero no ato un concepto al otro. Para hacer una síntesis: Qué fue la Nueva Figuración sino superar una idiotez que era dividir la pintura entre abstractos y figurativos. En este momento, yo creo que hay que superar otra idiotez que es pintura-no pintura. Eso hay que superarlo porque no es el problema. El problema es la imagen de hoy y celebro que todos los caminos estén abiertos para lograrla, desde el pomo, que yo reivindico, hasta todos los aportes posteriores. Y vuelvo al concepto de la red. El problema del mundo es que todo está muy disperso y al mismo tiempo muy junto. Que es un tejido, un tejido de elementos. Ver la imago mundi de hoy es tratar de entender el tejido y no perderse en los detalles de ese tejido. Los caminos están abiertos para lograrlo y ése es el desafío. Y por eso, no creo que la pintura haya muerto ni que sea poshistórica. En todo caso, está desafiada. Mire, yo trato de ver claro. Y también ver claro conceptualmente las cosas. Me equivoco, no me equivoco. No por nada soy tan categórico ahora a los 72 años. Yo sentía cosas antes, que no las veía claro, pero por espíritu juvenil también era categórico. Ahora no digo que vea claro muchas cosas, mejor dicho, nada veo claro, pero lo único que veo es que eso que no se ve claro es de por sí el tema. Este es el caso.
Luis Felipe Noé BUENOS AIRES, 1933. ARTISTA PLASTICO.
Luis Felipe 'Yuyo' Noé es uno de los mayores artistas argentinos de la segunda mitad del siglo XX. Estudió con Horacio Butler, vivió en París y Nueva York. Con Ernesto Deira, Rómulo Macció y Jorge de la Vega fundó en 1961el grupo Otra Figuración, de gran incidencia en el arte argentino. En 1966 abandonó la pintura, que retomó 9 años más tarde. Realizó más de 80 muestras individuales dentro y fuera del país. Recibió importantes premios, becas y distinciones. Desde 1965 publicó numerosos libros. Es autor, entre otros, de los siguientes: Antiestética(1965), Una sociedad colonial avanzada (1971), Recontrapoder (1974), A Oriente por Occidente (1992), El Otro, la Otra, la Otredad (1994). En colaboración con Horacio Zabala, escribió El arte en cuestión. Tienen obra suya, entre muchos otros, los museos Guggenheim y Metropolitan de Nueva York.
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Domingo 25 de Enero de 2009
\"El caso Aramburu hace a los Montos y salpica al Ejército\"
Tarruella está convencido de que el asesinato del ex mandatario no puede quedar reducido a un único autor: Montoneros. Para él, hay que volver a escarbar en dirección a sectores de derecha interesados en impedir un acuerdo Aramburu-Perón destinado a estabilizar el sistema político.
- ¿Por qué cree que se mantiene tan firme el interés en hacer historia del peronismo? El grueso de los becarios extranjeros que vienen a trabajar temas de nuestra historia trabaja sobre el peronismo. A los corresponsales extranjeros basados aquí los seduce saber sobre el peronismo, que en general no les gusta pero muchos de ellos incluso publican libros sobre él. Lo mismo les pasa a los diplomáticos extranjeros. Todo esto con independencia de que lo que más leen los argentinos, en materia de historia, es de peronismo. ¿A qué cree usted que se debe?
- Quizá parte de la respuesta esté en aquello de un hombre que nunca tuvo nada de peronista, muy por el contrario, Tulio Halperín Donghi. Hace 10 años dijo con entusiasmo: "Comenzó la declinación de la sociedad peronista".
- Sí, pero ahora acaba de declararle a "La Nación" que...
- Sí, repercutió mucho... "Ya me acostumbré a la idea de que la Argentina es peronista", le dijo a Carlos Pagni...
- Pero Argentina no es taxativamente así.
- ¡Menos mal!... En todo caso él usa una figura para establecer la gravitación del peronismo. Es casi una declaración de convencimiento de mirada larga sobre la historia argentina. Esta ruptura que hace un historiador de sus quilates es interesante porque aporta nuevas preguntas y hace necesario, cada vez más, ver el peronismo como proceso que no se puede seguir reflexionando con el mecanicismo interpretativo de la derecha e izquierda de los años cuarenta... hay algo de ceguera en esa mirada.
- José Luis Romero, que nada tuvo de peronista, dijo que uno de los dramas del no peronismo a la hora de mirar al peronismo era la "pereza intelectual" con la que se lo interpretaba. ¿Hay relación entre ese mecanicismo del que usted habla y esa pereza?
- Estimo que sí. Yo creo que son miradas condicionadas por el eurocentrismo en que hemos sido formadas muchas generaciones de argentinos. Miramos nuestra historia a partir de esto o aquello de esa formación. No formo juicio sobre esto. Digo lo que creo es o que en todo caso ha sucedido a la hora de leer al peronismo. Tomás Eloy Martínez, quien tampoco tiene nada de peronista, sostiene que "Perón aún modela nuestras vidas". Éstas son lecturas inteligentes, no negadas a realidades concretas... Mala o buena esa realidad llamada peronista, estuvo y está.
- Por dictados de los más variados, no comparto el grueso del pensamiento de Eduardo Galeano. Pero rescato algo interesante que él suele decir. Sostiene que solemos mirar la historia confundiendo el tiempo presente con el destino, luego creer que el "mañana" no es nada más que un "hoy". Conclusión: cuando ese "hoy" nos gusta, nos ratificamos en que lo que hoy no es jamás lo volverá a ser, pero de golpe es nuevamente. ¿A qué acredita estas lecturas tan ajenas a la realidad?
- A necesidades de carácter ideológico. Requerimientos ideológicos - culturales que alientan el defenderse desde el imaginario de aquello que no gusta, que se rechaza. Pero es una respuesta que le cabe más a un psicoanalista que a mí. Me parece que se trata de algo así como "nunca más", pero de golpe hay "más". Después del 6 de setiembre del ´30, Leopoldo Lugones se paseaba por Buenos Aires con escarapelas que le llegaban a los tobillos. Celebraba así la caída de la "bestia" radical. El radicalismo no tendría mañana. Pero, maltrecho o no hoy, tuvo mañana. Lo mismo pasó con la caída del peronismo: no tendría mañana. Maltrecho o no hoy, tuvo mañana... Un espíritu honesto, inquieto, tiene que preguntarse del porqué de esos mañanas. Y no ser reduccionistas a la hora de responderse. Y todo ese mañana tiene que ver con su pregunta inicial, o sea por qué sigue interesando el peronismo como materia de estudio. Creo que ese interés se funda en que generó eso que Eric Hobsbawm llamó "el tumulto" que empuja la historia. Historia que puede o no gustar, pero tumulto que parte la historia en un antes y un después. Y el peronismo le generó tumulto a la historia argentina, le inyectó un movimiento social inédito. Ese "tumulto" forma parte del núcleo duro de lo que alienta a investigar el peronismo.
- ¿Núcleo duro como un determinante genético para el caso o algo adquirido a posteriori, con el transcurso del desarrollo histórico?
- Como lo primero, o sea algo que da sentido a un proceso, en este caso histórico. Mire, días atrás, en esas recorridas que uno hace a su propia biblioteca, encontré un libro de Ezequiel Martínez Estrada, un intelectual descollante y el intelectual argentino más despiadado a la hora de reflexionar sobre el peronismo. En "¿Qué es esto? Catilinaria"?, Martínez Estrada dice, por ejemplo, que el peronismo es "una forma soez del "alma" del arrabal". Pero acota: "Perón nos rebeló, no al pueblo sino a una zona del pueblo que, efectivamente, nos parecía extraño y extranjero. El 17 de octubre Perón volcó en las calles céntricas de Buenos Aires un sedimento social que nadie habría reconocido. Parecía una invasión de gentes de otro país, hablando otro idioma, vistiendo trajes exóticos y sin embargo eran parte del pueblo argentino, parte del pueblo del Himno"... A mí me parece que esta reflexión explica, sin buscarlo, el interés en investigar, escribir y leer al peronismo. Interés que deviene de esa textura cargada de todo lo dispar que uno se pueda imaginar y que da vida al peronismo. Es imposible hablar de sus hechos y personajes sin verse de algún modo tocado por ellos.
- ¿Qué es lo problemático a la hora de trabajar sobre el peronismo? ¿Hay un escollo puntual que siempre está a la hora de hacer historia del peronismo?
- Y... la desmesura, todo lo existente en su interior, y esto sin hablar de la gravitación sobre su afuera.
- ¿La desmesura se vincula con lo que usted, en su libro "Historias secretas del Peronismo", define como polifónico?
- En todo caso forma parte. Si vemos el peronismo como relato, tomando con referencia al lingüista ruso Mikhail M. Bajtin, es un relato polifónico porque es imposible hacer referencia a él en soledad, sin contar no ya con el otro, sino con los otros. Yo apelo a este concepto en el análisis que hago, en "Historia secretas del peronismo", en el capítulo Perón y Evita en los días previos al 17 de octubre. Allí traje las revelaciones poco conocidas de las memorias del ex embajador brasileño en la Argentina de esos años, Joao Bautista Luzardo, que ponen en cuestión a historiadores como Félix Luna y a periodistas como John Barnes. Me pregunto además, ¿por qué esas memorias que aluden al vínculo de Perón con Getulio Vargas no fueron referencia en diferentes búsquedas sobre el fenómeno? ¿No existe acaso hasta un facilismo en el tratamiento histórico? Digo esto en el sentido de que es un espacio abierto en el que pueden encontrarse nuevos puntos de partida para escribir.
- ¿Esa referencia a una polifonía contiene las contradicciones existentes sobre los roles de uno y otro, Perón y Evita, en esos días?
- Uso polifónico en función de lo que defino como entramado de voces que uno encuentra cuando investiga, para el caso, lo sucedido en aquellos días. Son voces que van y vienen, aparecen y desaparecen y que demuestran acabadamente que cuando se trata de sumergirse en el peronismo para saber de qué se trata el peronismo, hay que estar siempre alerta, siempre preparado a encontrarse con lo polifónico, el relato de unos y otros, más otros, las voces más encontradas a la hora de volver a contar desde un punto de vista y hasta con términos en los que podríamos reconocer el habla de una época.
- A comienzos de los ´70 conversé varias veces en La Plata con Cipriano Reyes. Vivía humildemente, era muy locuaz y fue un protagonista de primer rango. Al igual que Cafiero, sostenía que Eva no había tenido nada que ver con el forjamiento del 17 de octubre. Y machacaba que a la hora de hacerse la historia de aquel día habían aparecido muchos que se arrogaban haber sido esenciales. ¿En sus investigaciones lo ha percibido así?
- Sí, sí?En todo lo que hace el peronismo siempre están los que dicen haber estado en donde no estuvieron, están los que estuvieron pero tienen versiones distintas, hay muchos tipos de falsarios, están los que en mi libro identifico como opositores serios... y está la gente expectante de aquellos días que protagoniza el 17 de octubre y mantiene hasta hoy un relato vivo que es aún testimonio de hechos. Tal vez lo importante no es el estar a favor o en contra, sino focalizar el hecho político cultural que se estaba produciendo y que, por sus características, no tenía ejemplos cercanos... Y es por todo esto que incluso y le doy un caso concreto, algo que me atañe a mí, los únicos libros de historia que se traducen a idiomas extranjeros versan sobre el peronismo. Mi libro "Guardia de Hierro. De Perón a Kirchner" -publicado aquí por Sudamericana- será editado en los primeros meses del 2009 en Italia. La traducción la está realizando la italiana Dora Bertucci, quien recientemente estuvo en Buenos Aires para ver el tema de su trabajo y revisar términos. La editorial es Settimo Sigillo de Milán, editorial de circulación universitaria. La introducción la realizará el reconocido politólogo italiano Marcello De Martino, quien definió hace dos años la elección del libro para su edición en ese país.
- Quiero volver al tema del peronismo como un coro polifónico a la hora de contar su historia. En su libro "Historias secretas del peronismo. Los capítulos olvidados del movimiento" me parece que esa polifonía está mucho más presente que en "Guardia de Hierro". ¿Estoy en lo cierto?
- Es posible... Y si es así quizá se deba a que "Historias secretas" no es un libro sobre una franja del peronismo como tal, sino sobre el conjunto del peronismo... Pero, bueno...
- Cuando salió "Guardia de Hierro", Carlos Soria, hoy intendente de Roca...
- Lo conozco.
- Él estuvo en las orillas de Guardia. En ese momento me dijo que escribir Guardia con la minuciosidad que lo hizo usted, iba a enojar a mucha gente. ¿Hubo enojos?
- Muchos, también muchas sugerencias para la nueva edición que se va a publicar...
- ¿Quiénes se enojaron?
- No importa... hace a la intimidad mía con el libro. Tuve incluso algunos lectores muy cuidadosos, alguno de ellos con ganas de ser presidente de la Nación. Gente con muchos años de militancia en el peronismo...
- Reutemann no es porque su militancia es de una generación. ¿Solá?
- Sí, Felipe. Es un lector cuidadoso. Yo sabía que incluso debatió sobre el libro hasta las dos o tres de la mañana con algunos miembros de su gabinete. Días pasados nos encontramos en casa de Tono Rodríguez Villar. Me dijo que había vuelto a leer el libro y que descubrió que era posible leer los capítulos de modo disperso, sin orden, porque estaban escritos como unidades enlazadas a la vez. Hizo una broma recordando a "Rayuela", la novela de Cortázar. A mí ni se me había ocurrido algo semejante...
- En "Guardia de Hierro", el manejo de las fuentes tiene una característica muy particular que técnicamente se podría definir como una decisión de ampliar más allá de lo necesario, el dato y las relaciones del dato en distintas direcciones. Es como que las fuentes son "otro libro dentro de un libro". ¿Fue una decisión deliberada optar por ese mecanismo?
- Fue una necesidad. Busqué ser amplio, riguroso, volcar incluso lo que uno sabe sobre esta o aquella fuente y ampliar el universo de lo estrictamente necesario. Y en ese estilo espero manejar las fuentes para el caso Aramburu, en lo que estoy trabajando ahora. Pero no le voy a contar mucho porque...
- Usted tiró el tema. ¿Va a seguir la línea de lo que contó en "Guardia" en relación con ese asesinato?
- Sí. El espíritu de la búsqueda es el siguiente: Aramburu fue asesinado para impedir que convergiera con Perón en la búsqueda de crear un sistema político estable para el país.
- Hasta aquí, nada nuevo. Eso se dice en la historia no oficial del tema.
- Y es esa historia la que hay que desarticular. Hoy mantener ese silencio de Estado, que es de otro tiempo y otros actores, no tiene sentido y sí tiene sentido contar una historia de grandeza que ocurrió aquí, en nuestra Argentina, y que no sólo tenemos que conocer sino que nos tiene que llevar a reflexionar sobre el significado de ese sacrificio y esa actitud de nobleza histórica, de Aramburu y Perón. Entonces, me parece que la observación del caso Aramburu debe cambiar de mirada: hay que bajar la intensidad del episodio, que resguarda intereses de facciones y no los del país, y colocar ante la ciudadanía ese episodio histórico.
- ¿Qué son los Montoneros en todo este tema?
- Ese episodio que tiene un relato oficial y no oficial produjo una rara unidad de criterios entre la izquierda no democrática y la derecha golpista. Nicanor Parra parece haber visto esa corriente cuando escribió humorísticamente "La izquierda y la derecha unidas jamás serán vencidas". Cuando los Montoneros contaban y volvían a contar su relato del presunto fusilamiento de Aramburu, aparecía alguien de las Fuerzas Armadas, Ejército, que repudiaba la publicación reconociendo los hechos tal como se los contaba. Sin embargo, el grupo de amigos del general Aramburu, encabezados por el capitán Aldo Luis Molinari, sostuvo la versión que aparece como la que tenía las certezas, y terminó sin que sus argumentos pudieran ser reconocidos como lo veraz de aquellos acontecimientos. La Justicia incluso estudió parcialmente esas versiones. Luego aparecieron otros testimonios que ponían en duda la versión oficial. Cuando digo Montoneros, hablo de aquéllos o de Firmenich. Al producirse la muerte de Aramburu, la mayor parte de los que engrosaron la organización posteriormente no estaba ni tenía nada que ver con el origen de los cuadros originarios. De manera que si hay controversia, es con los que mandaban en el origen de esa organización. Lo que vino luego fue otra historia y otra composición política, con un anclaje en una militancia que sumaba a gran parte de la juventud de esos años. A mí me parece muy importante separar etapas y dirigentes de militantes. Los Montoneros tuvieron en su formación inicial relaciones con el gobierno de Onganía y, por lo que se fue conociéndose, se comieron una operación que buscaba dar una salida por fuera de la dictadura de Onganía a un episodio con el que -hasta ese momento- no tenían absolutamente nada que ver. Luego se hicieron responsables de un relato.
- Usted al hablar de un relato me hace acordar a Beatriz Sarlo en su libro sobre Eva, Borges y Aramburu: "La pasión, la excepción". Ahí emerge claramente que le relato de los Montoneros sobre el asesinato de Aramburu formó cultura que nadie cuestionó.
- Lo recuerdo. Sarlo es una escritora advertida y con conocimiento de causa. Si bien no lo dice en su detallado análisis, subraya el carácter de relato de esa versión llamémosla oficial, curiosa versión admitida por propios y ajenos y, entiendo, que deja un espacio abierto, una suerte de página en blanco que compromete al lector a escribir por el mismo para completar un trabajo. A mí, Beatriz Sarlo me dice algo.
- ¿Usted sugiere algo así como que ella pretende una lectura generosa, que permita y en cierto modo obligue al lector a deducir e incorporar una cierta mirada sobre un asunto? ¿Usted cree que Aramburu murió, como dicen sus amigos, en el Hospital Militar y no en Timote?
- Digamos que todo indica que la historia se encamina hacia ese lugar sin detallar definitivamente cómo fue. Lo que es importante señalar es que el quiebre que produce la muerte de Aramburu ratifica la violencia como uno de los cauces políticos de la época.
- Rosendo Fraga y Rodolfo Pandolfi, en su libro sobre Aramburu, sostienen que mientras era ministro del Interior, Arturo Mor Roig, dijo a la señora de Aramburu que no se podía avanzar en la investigación del asesinato porque se salpicaba al Ejército. ¿Conoce esa información? ¿Fue así?
- Fue así, por supuesto. El asesinato de Aramburu hace a los "Montos" y salpica al Ejército. Mucha de esa información fue sesgada y se publicó fragmentariamente porque parece que la versión oficial era sostenida por sectores antagónicos como cierta. Eso da lugar a nuevas preguntas viejas que no han sido respondidas. El origen de Montoneros se convirtió así en un hecho controvertido y oscuro. Las muertes de los que conocían de los hechos que llevaron a la muerte a Aramburu, caso Mor Roig o el general Cáceres Monié y su esposa, crímenes repudiables, impidieron aún más conocer la verdad. Entonces, el relato consiste en revelar personajes y hechos, una reconstrucción de aquel acuerdo histórico de dos hombres del Ejército que tuvieron el coraje de declinar posiciones personales, falsos prejuicios, privilegiando los intereses del país. Persistir en sostener una historia de mentiras y encubrimientos en torno de la muerte de Aramburu es negar un episodio que aun va a ser decisivo para el camino de unidad y desarrollo que el país merece. Por eso, entiendo que es una investigación compleja porque es al revés de lo que se plantea gran parte del periodismo hoy. En general se suele buscar el plano amarillo de los acontecimientos y no su valor como elemento aglutinador que nos ayude a construir el presente y futuro. En eso se inscribe mi búsqueda, en la que me acompañan desinteresadamente amigos periodistas, gente cercana a los hechos, con quienes al momento de abordar situaciones de esa historia hemos conversado estos temas. No se trata de estigmatizar a nadie, sino de hacer una aproximación verosímil a los hechos. Si uno se sumerge en el mar de los absolutos, lo primero que hace es volverse absolutamente sordo. Me parece que hay que tener el coraje de recuperar una historia muy fuerte para la Argentina y ver que ciertos personajes históricos tuvieron en un momento dado la capacidad y la voluntad de acabar con falsas controversias para mirar al país como una construcción colectiva en la que había lugar para cada uno y para todos. No le voy a contar cómo va a ser esa historia, que registro voy a adoptar por una razón muy simple: estoy trabajando en estos días.
El Elegido.
Alejandro Tarruella tiene 59 años y una dilatada historia en el periodismo, la literatura y de la investigación de la historia, quehacer este último que siempre aborda desde un convencimiento que refleja Leopoldo Marechal: "El pueblo recoge todas las botellas que se arrojan en el agua con mensajes de naufragio. El pueblo es una gran memoria colectiva que recuerda todo lo que parece muerto en el olvido". Últimos dos libros en este campo así lo reflejan: "Guardia de Hierro" (Edt. Planeta y a punto de publicarse en Italia) e "Historias secretas del peronismo. Los capítulos olvidados del movimiento" (Edt. Sudamericana).
Ha publicado también "Los terratenientes" -en colaboración con Roberto Montoya- y la novela "Las muertes de Albornoz".
Como periodista, Tarruella ha trabajado en "Clarín", "Primera Plana", Radio Nacional de Suecia, Rivadavia, Univisión Miami, Canal 7, Canal 9 y produjo la última etapa de "El Reporter Esso", el noticiero que marcó una época de la televisión argentina.
Carlos Torrengo
http://www.rionegro.com.ar/
Onganía en Carroza a “La Rural” -Revista “Confirmado”- “Marianito” Grondona
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Dos poemas
Esta extraña manera de sonreirnos detrás del cortinado
Hermano amado,
hoy no tengo ya de ganas de llorarte.
Aun cansada, doloridos mis huesos,
se me sonríe el alma como el motor de aquella podadora,
verde de olor a césped derramado
en esta tarde de calor mojado.
Te con galletas secas sobre la mesa blanca,
el tibio orden de las cinco en punto;
el eterno coloquio del consuelo en la panza
después de tanta siesta
Se nos sonríe hermano
en la vejez de huesos agotados,
el ruido de los nietos y los modernos "clicks"
de sus juegos actuales.
Volvimos a ser niños
sin ninguna elegancia.
Nos reímos a boca desdentada
desde las curvas arrugas de los ojos.
Extraña libertad la de ser viejos
y cumplir todos los años que queramos.
ISABEL MARIA CADOGAN ,
CRUZ DEL EJE, 31 DE ENERO DE 2009
Marcas
Rasguños, marcas, señales,
indubitables de la siniestra y
oscura oquedad que acecha
en los rincones y recovecos de
este largo túnel sin principio
y que a aparenta no tener fin.
El día no se ha apagado
todavía y la oscuridad
no ha cimentado su dominio aún.
Lejos están los aullidos,
los alaridos y blasfemias
de la noche anterior.
Nada es posible conjeturar
Solo esperar es recomendado.
Ahuyentar los espectros
y las sombras acechantes
con el nombre de Aquél
que fuera enviado desde la Luz a
estas tinieblas mortecinas .
José Luis Planas Osorio
Cruz del Eje, 21 de Diciembre de 2008.-
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Exposición de Julio Albornoz y Claudio M. Zalazar
Centro Cultural “El Puente”- Viernes 06-03-09
Excelente , desde todo punto de vista, la Exposición de Fotografías de Julio Albornoz y Claudio M. Zalazar, en el Centro Cultural “ Municipal “El Puente”, de nuestra Ciudad de Cruz del Eje, inaugurada el día Viernes 06-03-09, a las 21.00 hs., relacionada con imágenes de un nido de colibríes, en esta Ciudad, y de Cóndores, tomadas en la localidad de Tama, en la Provincia de La Rioja . Recomendamos muy especialmente esta Muestra Fotográfica de estos excelentes profesionales de nuestro medio .-
Licurgo , Cruz del Eje, 06 Marzo de 2009.-
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